Nació bajo la luz de una tarde de estío.
Súbitamente herido,
por calles, por tranvías, por geranios, por trajes,
liquen de labios, desplegó sus alas.
Rodó por archipiélagos de madreselva húmeda,
por vinos aromados y miradas furtivas,
pero temió las cárdenas navajas
que al inocente acechan.
Por la tronera trémula del pino
podían dispararse cerbatanas,
flechas extintas como espejos sucios.
...Súbitamente herido.
El amor busca plumas clandestinas,
rodando por los nombres de los meses,
errando las ambiguas direcciones,
bares de moho, pensativas lunas,
súbitamente herido.
Tenía grandes alas, como fuentes,
como cedros, crepúsculos, alondras;
iba por avenidas y jardines
encorvado de piedras y deseo...
Súbitamente herido.
Oh los deseos que en el tiempo anidan,
que incuban sus estrellas, sus acíbares,
y sobre el campo hostil dejan cristales,
nácar de empuñadura de navaja,
caparazones de marfil, diademas
de sangre sexual. Buscaba plumas
clandestinas, covachas, paraísos
terrenales, ocultos, donde el hombre
no acosa como hiena, como hombre,
como sonrisa cómplice, ni escándalo.
¡Qué escándalo de plumas! Centinelas
de la certera soledad prendían
hachones en la noche
por barrancos, colinas,
por cactos polvorientos, por yacijas
donde el amor inventa su mínima aventura,
súbitamente herido. El amor se resiste a los acosos,
súbitamente herido, tiene oídos nocturnos, grandes ojos.
súbitamente herido, las alas cubren con temor su torso,
súbitamente herido, y es feliz con sus plumas de abandono,
súbitamente herido.
Acacias, gritos, campanadas, sombras,
buzones, fechas, compasión, sollozos:
para que su rumor no desvele a los bosques,
pasa el amor con la noche en los hombros.