¡Ay del que llega sediento a ver el agua correr, y dice: la sed que siento no me la calma el beber!
¡Ay de quien bebe y, saciada la sed, desprecia la vida: moneda al tahúr prestada, que sea al azar rendida!
Del iluso que suspira bajo el orden soberano, y del que sueña la lira pitagórica en su mano.
¡Ay del noble peregrino que se para a meditar, después de largo camino en el horror de llegar!
¡Ay de la melancolía que llorando se consuela, y de la melomanía de un corazón de zarzuela!
¡Ay de nuestro ruiseñor, si en una noche serena se cura del mal de amor que llora y canta sin pena!
¡De los jardines secretos, de los pensiles soñados, y de los sueños poblados de propósitos discretos!
¡Ay del galán sin fortuna que ronda a la luna bella; de cuantos caen de la luna, de cuantos se marchan a ella!
¡De quien el fruto prendido en la rama no alcanzó, de quien el fruto ha mordido y el gusto amargo probó!
¡Y de nuestro amor primero y de su fe mal pagada, y, también, del verdadero amante de nuestra amada!
Antonio Machado (Sevilla, 1875 - Colliure, 1939) fue el más joven poeta de la generación del 98. Su vida en Madrid y París le llevó a formar parte del círculo de destacados literatos como Rubén Darío, Miguel de Unamuno, Ramón María del Valle-Inclán o Juan Ramón Jiménez. Autor prolífico, se dio a conocer con el poemario Soledades, de marcado carácter modernista, en 1903. Unos años más tarde, en 2912, publicó uno de sus libros más populares, Campos de Castilla. Destacan también, entre otras obras, Nuevas canciones (1914) y Páginas escogidas (1917). Miembro de la Real Academia Española, se exilió al pueblo francés de Colliure tras estallar la guerra civil española. Allí murió y allí descansa su tumba, símbolo del exilio republicano.
Caminé hacia la tarde de verano para quemar, tras el azul del monte, la mirra amarga de un amor lejano en el ancho flamígero horizonte. Roja nostalgia el corazón sentía, sueños bermejos, que en el alma brotan de lo inmenso inconsciente,
Al fin, una pulmonía Mató a don Guido, y están Las campanas todo el día Doblando por él: ¡din dan! Murió don Guido, un señor De mozo muy jaranero, Muy galán y algo torero; De viejo, gran rezador.
El hombre de estos campos que incendia los pinares y su despojo aguarda como botín de guerra, antaño hubo raído los negros encinares, talado los robustos robledos de la sierra. Hoy ve sus pobres hijos huyendo de sus lares;