La dulce vida entre la hierba verde Garcilaso de la Vega)
Hay un silencio, abajo, de estatuas destruidas. Amanece. Recuerdas el amor con su ambiente de barco amotinado, la vida como un sueño con tesoros y mapas, el rocío y su lava de cristal.
Amanece. Recuerdas. Los caballos rompieron la lluvia con sus cascos; las torres eran parte de tu sangre, tu muerte se añadía a las campanas.
En su memoria azul, río abajo, las aguas te recuerdan ahora; te apoyas en un muro matizado de hiedra, el carbón de la vida se consume en tus ojos y la nieve sofoca el fuego de tus manos.
No preguntaste entonces quién movía las águilas, quién juntó las tinieblas y los lobos quién sembró la semilla del árbol del ahorcado.
Cuando ardía el laurel y se quebraba el hielo. Cuando tu corazón se asociaba a la escarcha. Cuando la luz fue parte de la noche.
Cuando el sol extendía su óxido por la arena alguien te vio dejar, perdida junto al cisne redondo de la luna, la dulce vida entre la hierba verde.
Igual que ayer, hoy busco -lo dijo Juan Ramón- una verdad aún sin realidad; busco en la tinta verde de todo lo que escribo un planeta sin nombre o una jungla perdida.
La dulce vida entre la hierba verde Garcilaso de la Vega)
Hay un silencio, abajo, de estatuas destruidas. Amanece. Recuerdas el amor con su ambiente de barco amotinado, la vida como un sueño con tesoros y mapas,
Este mundo con trenes que, al alejarse, dejan como un escalofrío recorriendo el paisaje. Este mundo con hadas y unicornios que gobiernan mi piel y viven en tus manos.
Solo, en medio de todo; estar tan solo como es posible, mientras ellos vienen muy despacio, se agrupan, ponen su campamento, invaden, talan, hunden, derriban las palabras una a una, se reparten mi vida,