El origen del mundo, de Carlos Marzal | Poema

    Poema en español
    El origen del mundo

    A Felipe Benítez Reyes 
     
    No se trata tan sólo de una herida 
    que supura deseo y que sosiega 
    a aquellos que la lamen reverentes, 
    o a los estremecidos que la tocan 
    sin estremecimiento religioso, 
    como una prospección de su costumbre, 
    como una cotidiana tarea conyugal: 
    o a los que se derrumban, consumidos, 
    en su concavidad incandescente, 
    después de haber saciado el hambre de la bestia, 
    que exige su ración de carne cruda. 

    No consiste tan sólo en ese triángulo 
    de pincelada negra entre los muslos, 
    contra un fondo de tibia blancura que se ofrece. 
    No es tan fácil tratar de reducirlo 
    al único argumento que se esconde 
    detrás de los trabajos amorosos 
    y de las efusiones de la literatura. 

    El cuerpo no supone un artefacto 
    de simple ingeniería corporal; 
    también es la tarea del espíritu 
    que se despliega sabio sobre el tiempo. 
    El arca que contiene, memoriosa, 
    la alquimia milenaria de la especie. 

    Así que los esclavos del deseo, 
    aunque no lo sospechen, cuando lamen 
    la herida más antigua, cuando palpan 
    la rosa cicatriz de brillo acuático, 
    o cuando se disuelven dentro de la hendidura, 
    vuelven a pronunciar un sortilegio, 
    un conjuro ancestral. Nos dirigimos 
    sonámbulos con rumbo hacia la noche, 
    viajamos otra vez a la semilla, 
    para observar radiantes cómo crece 
    la flor de carne abierta. 

    La pretérita flor. 

    Húmeda flor atávica. 
    El origen del mundo.