Madre de los recuerdos, amante de las amantes,
¡Oh, tú, todos mis placeres! ¡Oh tú, todos mis deberes!
Tú me recordarás la belleza de las caricias,
la dulzura del hogar y el encanto de las noches,
¡Madre de los recuerdos, amante de las amantes!
¡Las veladas iluminadas por el ardor del carbón,
y las tardes en el balcón, veladas de vapores rosados.
¡Cuan dulce me era tu seno! y tu corazón ¡qué caro!
Nos hemos dicho con frecuencia imperecederas cosas
en las veladas iluminadas por el ardor del carbón.
¡Qué hermosos son los soles en las cálidas tardes!
¡Qué profundo el espacio! ¡Qué potente el corazón!
Inclinándome hacia ti, reina de las adoradas,
yo creía respirar el perfume de tu sangre.
¡Qué hermosos son los soles en cálidas tardes!
La noche se apaciguaba como en un claustro,
y mis ojos en la oscuridad barruntaban tus pupilas,
y yo bebía tu aliento, ¡oh dulzura! ¡oh veneno!
Y tus pies se adormecían en mis manos fraternales.
La noche se apaciguaba como en un claustro.
Yo sé del arte de evocar los minutos dichosos,
y volví a ver mi pasado agazapado en tus rodillas.
Porque ¿a qué buscar tus bellezas lánguidas
fuera de tu querido cuerpo y de tu corazón tan dulce?
¡Yo sé del arte de evocar los minutos dichosos!
Esos juramentos, esos perfumes, esos besos infinitos,
¿renacerán de un abismo vedado a nuestras sondas,
como suben al cielo los soles rejuvenecidos
luego de lavarse en el fondo de los mares profundos?
— ¡Oh, juramentos! ¡Oh, perfumes! ¡Oh, besos infinitos!