Yo te quiero contar, ¡oh lánguida hechicera!
Los distintos encantos que ornan tu juventud;
trazar deseo tu belleza
donde, a la par, se alían infancia y madurez.
Cuando pasas, barriendo el aire con tu falda
semejas a un bajel que enfila la bocana
y anda balanceándose, desplegadas las velas,
siguiendo un ritmo dulce y perezoso y lento.
Sobre tu esbelto cuello y tus anchas espaldas
se pavonea con gracia tu altanera cabeza;
con aire plácido y triunfal
continúas tu camino, majestuosa niña.
Yo te quiero contar, ¡oh lánguida hechicera!
los distintos encantos que ornan tu juventud;
trazar deseo tu belleza
donde, a la par, se alían infancia y madurez.
Tu seno que se comba, oprimiendo el moaré,
tu seno triunfante es un pulido armario
cuyas dos jambas claras y arqueadas
se parecen a escudos que aferrasen la luz.
¡Provocantes defensas con dos rosadas puntas!
Mueble dulce en secretos, lleno de cosas ricas:
vinos, perfumes, néctares,
que harían delirar mentes y corazones.
Cuando pasas, barriendo el aire con tu falda,
semejas a un bajel que enfila la bocana
y anda balanceándose, desplegadas las velas,
siguiendo un ritmo dulce y perezoso y lento.
Tus piernas escultóricas, bajo airosos volantes,
provocan y exasperan las fiebres más oscuras,
cual dos brujas batiendo
en profunda vasija el más siniestro tósigo.
Tus brazos que anhelaran los hércules precoces,
son los más firmes émulos de las boas deslizantes,
pensados para asir
como para tatuar en tu pecho a tu amante.
Sobre tu esbelto cuello y tus anchas espaldas,
se pavonea con gracia tu cabeza altanera;
con aire plácido y triunfal
continúas tu camino, majestuosa niña.