La tribu profética, de pupilas ardientes
ayer se ha puesto en marcha, cargando sus pequeños
sobre sus espaldas, o entregando a sus fieros apetitos
el tesoro siempre listo de sus senos pendientes.
Los hombres van a pie bajo sus armas lucientes
a lo largo de los carromatos, donde los suyos se acurrucan,
paseando por el cielo sus ojos apesadumbrados
por el nostálgico pesar de las quimeras ausentes.
Desde el fondo de su reducto arenoso, el grillo,
mirándolos pasar, redobla su canción;
Cibeles, que los ama, aumenta sus verdores,
hace brotar el manantial y florecer el desierto
ante estos viajeros, para los que está abierto
el imperio familiar de las tinieblas futuras.