Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas, y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso. Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca, Pero embriáguense.
Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán: ¡Es hora de embriagarse!
Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo, ¡embriáguense, embriáguense sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca.
Cuando entorno los ojos bajo el sol otoñal y respiro el aroma de tu cálido seno, ante mí se perfilan felices litorales que deslumbran los fuegos de un implacable sol.
La mujer, entre tanto, de su boca de fresa retorciéndose como una sierpe entre brasas y amasando sus senos sobre el duro corsé, decía estas palabras impregnadas de almizcle: «Son húmedos mis labios y la ciencia conozco
La necedad, el error, el pecado, la tacañería, ocupan nuestros espíritus y trabajan nuestros cuerpos, y alimentamos nuestros amables remordimientos, como los mendigos nutren su miseria.
¿Vienes del cielo profundo o surges del abismo, oh, Belleza? Tu mirada infernal y divina, vuelca confusamente el beneficio y el crimen, y se puede, por eso, compararte con el vino.
¿Qué dirás esta noche pobre alma solitaria, qué dirás, corazón, marchito hace tan poco, a la muy bella, a la muy buena, a la amadísima, bajo cuya mirada floreciste de nuevo?
Cuando, por un decreto de las potencias supremas, el Poeta aparece en este mundo hastiado, su madre espantada y llena de blasfemias crispa sus puños hacia Dios, que de ella se apiada: