Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas, y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso. Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca, Pero embriáguense.
Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán: ¡Es hora de embriagarse!
Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo, ¡embriáguense, embriáguense sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca.
Se encontraba mi cuna junto a la biblioteca, Babel sombría, donde novela, ciencia, fábula, Todo, ya polvo griego, ya ceniza latina Se confundía. Yo era alto como un infolio. Y dos voces me hablaban. Una, insidiosa y firme:
A mi lado sin tregua el Demonio se agita; en torno de mi flota como un aire impalpable; lo trago y noto cómo abrasa mis pulmones de un deseo llenándolos culpable e infinito.
A la montaña he subido, satisfecho el corazón. En su amplitud, desde allí, puede verse la ciudad: un purgatorio, un infierno, burdel, hospital, prisión.
He aquí que llega el tiempo en que vibrante en su tallo cada flor se evapora cual un incensario; los sonidos y los perfumes giran en el aire de la tarde, ¡vals melancólico y lánguido vértigo!
Soy hermosa, ¡oh, mortales! cual un sueño de piedra, y mi pecho, en el que cada uno se ha magullado a su vez, está hecho para inspirar al poeta un amor eterno y mudo así como la materia.
Cuando te veo cruzar, oh mi amada indolente, paseando el hastío de tu mirar profundo, suspendiendo tu paso tan armonioso y lento mientras suena la música que se pierde en los techos.
Como bestias inmóviles tumbadas en la arena, vuelven sus ojos hacia el marino horizonte, y sus pies que se buscan y sus manos unidas, tienen desmayos dulces y temblores amargos.
Cuando Natura en su inspiración pujante concebía cada día hijos monstruosos, me hubiera placido vivir cerca de una joven giganta, como a los pies de una reina un gato voluptuoso.