Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas, y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso. Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca, Pero embriáguense.
Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán: ¡Es hora de embriagarse!
Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo, ¡embriáguense, embriáguense sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca.
En los tiempos maravillosos en que la Teología florecía con la máxima savia y energía, se cuenta que un día un doctor de los más grandes, —luego de haber forzado los corazones indiferentes; y haberlos conmovido en sus profundidades negras;
No serán jamás esas beldades de viñetas, productos averiados, nacidos de un siglo bribón, esos pies con borceguíes, esos dedos con castañuelas, los que logren satisfacer un corazón como el mío.
Tú que amas los palacios, oh musa de mi vida, ¿tendrás, cuando el Bóreas, sea el dueño de Enero, mientras cae la nieve en tediosas veladas, para caldear tus pies violáceos, un tizón?
¡Oh vellocino, aborregado hasta el cuello! ¡oh rizos! oh perfume cargado de indiferencia ¡éxtasis para poblar esta noche la alcoba oscura de recuerdos durmientes en esta cabellera, que quiero alborotar en el aire como un pañuelo!