No serán jamás esas beldades de viñetas,
productos averiados, nacidos de un siglo bribón,
esos pies con borceguíes, esos dedos con castañuelas,
los que logren satisfacer un corazón como el mío.
Le dejo a Gavarni, poeta de clorosis,
su tropel gorjeante de beldades de hospital,
porque no puedo hallar entre esas pálidas rosas
una flor que se parezca a mi rojo ideal.
Lo que necesita este corazón profundo como un abismo,
eres tú, Lady Macbeth, alma poderosa en el crimen,
sueño de Esquilo abierto al clima de los austros;
¡oh bien tú, Noche inmensa, hija de Miguel Ángel,
que tuerces plácidamente en una pose extraña
tus gracias concebidas para bocas de Titanes!