Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas, y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso. Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca, Pero embriáguense.
Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán: ¡Es hora de embriagarse!
Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo, ¡embriáguense, embriáguense sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca.
Madre de los recuerdos, amante de las amantes, ¡Oh, tú, todos mis placeres! ¡Oh tú, todos mis deberes! Tú me recordarás la belleza de las caricias, la dulzura del hogar y el encanto de las noches, ¡Madre de los recuerdos, amante de las amantes!
Yo te quiero contar, ¡oh lánguida hechicera! Los distintos encantos que ornan tu juventud; trazar deseo tu belleza donde, a la par, se alían infancia y madurez.
En los pliegues sinuosos de las viejas capitales, donde todo, hasta el horror, vuelve a los sortilegios, espío, obediente a mis humores fatales, los seres singulares, decrépitos y encantadores.
En cenicientas tierras, sin verdor, calcinadas, como yo me quejase a la Naturaleza, y el puñal de mi mente, caminando al azar, fuese afilando lento sobre mi corazón, una gran nube oscura, de un temporal surgida, que albergaba una tropa de viciosos demonios,
Déjame respirar mucho tiempo, mucho tiempo, el olor de tus cabellos; sumergir en ellos el rostro, como hombre sediento en agua de manantial, y agitarlos con mi mano, como pañuelo odorífero, para sacudir recuerdos al aire.