Recuerdas el objeto que vimos, mi alma, aquella hermosa mañana de estío tan apacible; a la vuelta de un sendero, una carroña infame sobre un lecho sembrado de guijarros,
Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas, y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso. Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud,
¡Hombre libre, siempre adorarás el mar! El mar es tu espejo; contemplas tu alma en el desarrollo infinito de su oleaje, y tu espíritu no es un abismo menos amargo.
Cuando Don Juan descendió hacia la onda subterránea y hubo dado su óbolo a Caronte, un sombrío mendigo, la mirada fiera como Antístenes, con brazo vengativo y fuerte empuñó cada remo.
La avenida estridente en torno de mí aullaba. Alta, esbelta, de luto, en pena majestuosa, pasó aquella muchacha. Con su mano fastuosa Casi apartó las puntas del velo que llevaba.