I
En verdad, tú no eres, mi bienamada,
lo que Veuillot denomina una chiquilla.
El juego, el amor, la buena comida,
hierven en ti, ¡viejo caldero!
Ya no eres más fresca, amada mía,
¡mi vieja infanta! Y, empero,
tus correrías insensatas
te han dado este brillo abundante
de las cosas que, muy gastadas,
todavía seducen.
Yo no encuentro monótono
el verdor de tus cuarenta años;
¡prefiero tus frutos, Otoño,
a las flores banales de la Primavera!
¡No! ¡Jamás eres monótona!
Tu osamenta tiene atractivos
y gracias particulares;
yo encuentro extrañas especias
en la cavidad de tus dos saleros;
¡tu osamenta tiene atractivos!
¡Befa de amantes ridículos
del melón y de la calabaza!
Yo prefiero tus clavículas
a las del rey Salomón,
¡y compadezco a esa gente ridícula!
Tus cabellos, como un casco azul,
sombrean tu frente de guerrera,
que no piensa ni se abochorna mucho,
y además se escapan por detrás,
cual las crines de un casco azul.
Tus ojos, que parecen lodo
donde brilla algún fanal,
reavivados con el colorete de tu mejilla,
¡lanzan un destello infernal!
¡tus ojos son negros como el lodo!
Por su lujuria y su desdén
tu labio amargo nos provoca;
este labio, es un Edén
que nos atrae y que nos choca.
¡qué lujuria! ¡Y cuánto desdén!
Tu pierna musculosa y seca
sabe trepar hasta lo alto de los volcanes,
y, malgrado la nieve y los desechos,
bailar los más fogosos cancanes.
Tu pierna es musculosa y seca;
tu piel ardiente y áspera,
como la de los viejos gendarmes,
no conoce más el sudor
así como tus ojos ignoran las lágrimas.
(¡Y, empero, tiene su suavidad!)
II
¡Tonta! ¡Te vas directamente al Diablo!
De buen grado yo iría contigo,
si esa velocidad espantosa
no me causara cierta emoción.
¡Vete, pues, sola, al Diablo!
Mi riñón, mi pulmón, mi corva
no me permiten más rendir homenaje
a este Señor, como convendría.
'¡Ay de mí! ¡Realmente es una lástima!'
Dicen mi riñón y mi corva.
¡Oh! Sinceramente yo siento
no concurrir a los sabats,
para ver, cuando pedorrea el azufre,
¡cómo tú le besas su culo!
¡Oh! ¡Sinceramente yo sufro!
Estoy endiabladamente afligido
de no ser tu antorcha,
y de pedirte licencia,
¡llama infernal! Juzga, querida mía,
cuánto he de estar afligido,
pues que, desde largo tiempo yo te amo,
¡siendo tan lógico! En efecto,
queriendo del Mal buscar la crema
y no amar sino un monstruo perfecto,
¡verdaderamente, sí! Viejo monstruo, ¡yo te amo!