a mi padre le apestaban los pies y tenía una sonrisa
que parecía un montón de mierda de perro.
cada vez que veía los vigorosos y duros vellos de
su barba en el lavabo del cuarto de baño
unos pensamientos nauseabundos se apoderaban de mi mollera, la
sensación continua de estar rodeado de monigotes.
tener la misma sangre que aquella sangre odiada
hacía que las ventanas se volvieran intolerables,
y la música y las flores y los árboles
feos.
pero uno tiene que vivir: suicidarse antes de cumplir los diez
años
es infrecuente.
brutales eran los lirios de agua
brutales el néctar y el beso
brutales las campanas del recreo del colegio.
brutales los juegos de softball
brutales el fútbol y el voleibol.
los cielos eran blancos y altos,
y yo miraba las caras de los
jugadores
y estaban enmascaradas de una forma extraña.
ahora como en cafés
asisto a conciertos
vivo con mujeres
apuesto
bebo
podo setos
compro coches
tengo amigos y
mascotas;
asisto a bodas
a entierros
a combates de boxeo,
pago lo que me corresponde de impuestos,
hago cola en el supermercado
me limpio las uñas
me recorto los vellos largos de la nariz,
tomo el sol,
reparo daños,
intento no ofender,
me río,
escucho las opiniones de mis enemigos,
llamo por teléfono a fontaneros y abogados,
me remolcan cuando se me avería el coche en la autopista,
mis dientes están limpios,
busco héroes,
me quedo ciego cuando miro el sol mucho tiempo.
a mi padre le apestaban los pies y tenía una sonrisa
que parecía un montón de mierda de perro.
en todas partes pasa lo mismo.