Estar muy enfermo y muy débil es algo
muy extraño.
Que ir desde tu cuarto al cuarto de baño
y volver te absorba toda la energía parece
una broma pero
no me produce risa.
De nuevo en la cama vuelves a pensar en la muerte
y llegas a lo mismo: cuando más te acercas
menos terrible resulta.
Tienes mucho tiempo para examinar las paredes,
y los pájaros,
en un cable telefónico cobran
mucha importancia.
Y la televisión: hombres jugando béisbol
un día tras otro.
Falta de apetito.
La comida sabe a cartón, te pone
enfermo, más que
enfermo.
Mi dulce esposa sigue insistiendo en que
coma.
'El médico, dijo...'
pobrecita mía.
Y los gatos.
Los gatos saltan a la cama y me miran.
Me miran fijamente y después
dan otro salto y se van.
Qué mundo este, piensas: comer, trabajar, follar,
morir.
Afortunadamente tengo una enfermedad contagiosa: no
hay visitas.
Me quedé en 70 Kg.
De 98 que pesaba.
Parezco de un campo de concentración.
Lo
soy.
Sin embargo soy afortunado: me deleito en la soledad, nunca voy a
extrañar la
multitud.
Podría leer grandes obras, pero las grandes obras no
me interesan.
Estoy sentado en la cama esperando que todo esto
se resuelva de una forma
u otra.
Simplemente como todos
los demás.