Esmeradamente sintonizado con 
la canción de un pez 
estaba en la cocina 
a medio camino de la locura 
soñando con la España 
de Hemingway. 
Hace bochorno, como se suele decir, 
no puedo respirar, 
he cagado y 
he leído las páginas de deportes, 
he abierto la nevera, 
he visto un trozo de carne 
morada 
y la he vuelto a dejar 
allí. 
El lugar en el que encontrar el centro 
es en el límite 
ese repiqueteo en el cielo 
no es más que una cañería 
que vibra. 
Cosas terribles avanzan por las 
paredes; flores de cáncer crecen 
en el porche; a mi gato blanco 
le arrancaron un ojo 
y sólo quedan 7 días 
de carreras 
de la temporada veraniega. 
La bailarina nunca llegó del 
Club Normandy 
y Jimmy no trajo a la 
furcia, 
pero hay una postal desde 
Arkansas 
y un impreso retornable de Food King: 
10 días gratis en Hawai, 
todo lo que hay que hacer 
es rellenarlo 
pero no quiero ir a 
Hawai 
quiero la furcia con ojos de pelícano 
ombligo de bronce 
y 
corazón de marfil. 
Saco el trozo de carne 
morada, 
lo echo a la 
sartén. 
Entonces suena el teléfono. 
Caigo sobre una rodilla 
y ruedo bajo 
la mesa. Allí me quedo 
hasta que deja de sonar. 
Después me levanto y 
pongo 
la radio. 
No me extraña que Hemingway fuera 
un borracho, ¡maldita España! 
Yo tampoco puedo 
soportarla. 
Hace un bochorno 
tan grande. 
Charles Bukowski nació en Adernach, (1920-1994). Vivió en su infancia y adolescencia en un entorno familiar y social violento, hecho que marcaría el devenir de su posterior producción literaria. Pieza capital de la que se vino en llamar generación beat, su vida fue tan radical como las historias narradas en sus propias obras. Adicto al sexo, las drogas y el alcohol, su literatura, casi autobiográfica, es fiel reflejo de su lucha contra el aburguesamiento y la comodidad. Su realismo descarnado y lírico y su humor ácido y desencantado han influido en multitud de escritores de generaciones posteriores.