En la cristalina fuente
que tan pura el agua lleva
en su rápida corriente
y se llama río Deva
cuando llega al mar potente.
Y de julio caluroso
como a las doce del día,
llegó a beber presuroso
de un lobo en la compañía
grande y corpulento un oso.
El aura suave y pura,
y la pradera florida,
y la fuente que murmura,
todo a descansar convida
y paz ofrece y ventura.
Sentáronse a descansar
el lobo y el oso juntos
no viendo a nadie llegar,
y después de otros asuntos
pónense de éste a tratar:
«Ya me acerco a la vejez,
-dijo el lobo- y por más traza
que en ello pongo, ¡pardiez!,
cada día hay menos caza
y más hambre cada vez.
Pasan del abril las flores
pasan las nieves de enero
sin que en estos alredores
logre atrapar un cordero
a los malditos pastores.»
«Te está muy bien empleado,
-respondióle grave el oso-,
¿Por qué, del hambre acosado,
no has de tragar, melindroso,
de yerba un solo bocado?
¿Por qué no comes manzanas
ni peras, ni moscatel,
que de nombrarle entro en ganas,
ni maíz, ni rica miel,
ni cerezas, ni avellanas?
¿Tiene de razón asomo
tu carnicera manía?
come de todo, cual como,
que si no, por vida mía,
flaco has de tener el lomo.
Si acaso de hambre te mueres
de mi cariño leal
ni el menor auxilio esperes;
no es lo que te pasa un mal
sino porque tú lo quieres.»
Mas el lobo replicó:
«Si comer frutas no puedo.»
«Pues qué, ¿no las como yo?
No auxiliaré, no haya miedo,
al que la razón no oyó.»
Así hallamos en la vida
moralistas como el oso
que intentan, cosa es sabida,
con aire majestuoso
así hallamos en la vida
moralistas como el oso
que intentan, cosa es sabida,
con aire majestuoso
cortarnos a su medida.
Poco es que la humanidad
contra sus dogmas arguya;
no hay otra felicidad
ni otra razón que la suya,
ni tampoco otra verdad.
Si de un pecho dolorido
no comprenden la amargura
exclaman: ¡dolor fingido!
Y es necedad o locura
la pasión que no han sentido.
Por no sé qué facultad
del mundo se juzgan dueños,
y su grave necedad
creced, dice a los pequeños,
y a los grandes, acortad.
Años hace que le oí
decir como regla a un viejo
y la guardé para mí,
que el sabio al dar un consejo
se acuerda poco de sí.