Lucía es rubia y pálida. Sus quietas pupilas de princesa vagamente miran hacia el ocaso, y en su frente se muere una ilusión. Las violetas
de sus grandes ojeras melancólicas parece que presienten el intenso olor del camposanto y el incienso de preces funerarias y católicas.
Sobre su falda tiene un libro abierto... Mueve el aire los árboles del huerto, y a la hoja del libro va una hoja
otoñal...
(En el libro se refiere cómo besa una hoja que se muere a una rosa carnal que se deshoja...)
¡Qué sutil gracia tiene tu amor, Amada!
Hoy las rosas eran más rosas y las palomas blancas, más blancas y la risa del niño paralítico del paseo de invierno estaba
suspensa, quieta, azul y diluida para ti y para mí.
¡Qué sutil gracia tiene tu amor, Amada!
Dámaso Alonso nació en Madrid en 1898. Catedrático, acádemico y poeta, impartió cursos de Literatura española en prestigiosas universidades de Europa y América. Colaborador asíduo de la Revista Española de Filología, dirigió la Biblioteca Románica Hispánica, en la que aparecieron los textos de mayor importancia en el campo de la crítica literaria y de investigación filológica española. Su obra se proyecta en una triple dimensión: la investigación literaria, la prosa y la creación poética. En el primer campo, centra su interés en los autores del siglo de Oro. Destaca la edición de Soledades de Góngora. Un extraordinario trabajo de investigación e interpretación que analiza con fino espíritu de poeta el mundo metafórico del autor barroco. Como poeta, desde sus poemas iniciales hasta su consagración con Hijos de la ira, su estilo evoluciona ágilmente hacia la liberación de los vínculos clásicos de la rima y la forma, en un claro proceso de perfeccionamiento poético. Hijos de la ira (1944) constituye una de las obras más bellas y representativas de la poesía moderna española. En 1978 le fue concedido el Premio Cervantes. Falleció en Madrid en 1990.
¡Ay, terca niña! Le dices que no al viento, a la niebla y al agua: rajas al viento, partes la niebla, hiendes el agua. Te niegas a la luz profundamente: la rechazas, ya teñida de ti: verde, amarilla, - vencida ya - gris, roja, plata.
Yo me senté en la orilla; quería preguntarte, preguntarme tu secreto; convencerme de que los ríos resbalan hacia un anhelo y viven; y que cada uno nace y muere distinto (lo mismo que a ti te llaman Carlos).
Si, yo te asesiné estúpidamente. Me molestaba tu zumbido mientras escribía un hermoso, un dulce soneto de amor. Y era un consonante en -úcar, para rimar con azúcar, lo que me faltaba. Mais, qui dira les torts de la rime?