A un río le llamaban Carlos, de Dámaso Alonso | Poema

    Poema en español
    A un río le llamaban Carlos

    Yo me senté en la orilla; 
    quería preguntarte, preguntarme tu secreto; 
    convencerme de que los ríos resbalan 
    hacia un anhelo y viven; 
    y que cada uno nace y muere distinto 
    (lo mismo que a ti te llaman Carlos). 

    Quería preguntarte, mi alma quería preguntarte 
    por qué anhelas, hacia qué resbalas, para qué vives. 
    Dímelo, río, 
    y dime, di, por qué te llaman Carlos. 

    Ah, loco, yo, loco, quería saber qué eras, quién eras 
    (género, especie...) 
    y qué eran, qué significaban «fluir», «fluido», «fluente»; 
    qué instante era tu instante 
    cuál de tus mil reflejos, tu reflejo absoluto 
    yo quería indagar el último recinto de tu vida 
    tu unicidad, esa alma de agua única, 
    por la que te conocen por Carlos. 

    Carlos es una tristeza, muy mansa y gris, 
    que fluye entre edificios nobles, 
    a Minerva sagrados y entre hangares 
    que anuncios y consignas coronan. 
    Y el río fluye y fluye, indiferente. 
    A veces, suburbana, verde, una sonrisilla 
    de hierba se distiende, pegada a la ribera. 
    Yo me he sentado allí, sobre la hierba quemada 
    del invierno para pensar por qué los ríos 
    siempre anhelan futuro, como tú lento y gris. 
    Y para preguntarte por qué te llaman Carlos. 

    Y tu fluías, fluías, sin cesar, indiferente 
    y no escuchabas a tu amante extático 
    que te miraba preguntándote 
    como miramos a nuestra primera enamorada para saber si le fluye 
    un alma por los ojos, 
    y si en su sima el mundo será todo luz blanca 
    o si acaso su sonreír es sólo eso: una boca amarga que besa. 
    Así te preguntaba: como le preguntamos a Dios en la sombra 
    de los quince años, 
    entre fiebres oscuras y los días -qué verano- tan lentos. 
    Yo quería que me revelaras el secreto de la vida 
    y de tu vida, y por qué te llamaban Carlos. 

    Yo no sé por qué me he puesto tan triste, 
    contemplando el fluir de este río... 
    Un río es agua, lágrimas: mas no sé quién las llora. 
    El río Carlos es una tristeza gris, mas no sé quién la llora. 
    Pero sé que la tristeza es gris y fluye. 
    Porque sólo fluye en el mundo la tristeza. 
    Todo lo que fluye es lágrimas. 
    Todo lo que fluye es tristeza, y no sabemos de dónde viene la tristeza. 
    Como yo no sé quién te llora, río Carlos, 
    como yo no sé por qué eres una tristeza 
    ni por qué te llaman Carlos. 

    Era bien de mañana cuando yo me he sentado 
    a contemplar el misterio fluyente de este río, 
    y he pasado muchas horas preguntándome, preguntándote. 
    Preguntando a este río, gris lo mismo que un dios; 
    preguntándome, como se le pregunta a un dios triste: 
    ¿qué buscan los ríos? ¿Qué es un río? 
    Dime, dime qué eres, qué buscas, 
    río, y por qué te llaman Carlos. 

    Y ahora me fluye dentro una tristeza, 
    un río de tristeza gris, 
    con lentos puentes grises, 
    como estructuras funerales grises. 
    Tengo frío en el alma y en los pies. 
    Y el sol se pone. 
    Ha debido pasar mucho tiempo. 
    Ha debido pasar el tiempo lento, lento, 
    minutos, siglos, eras. 
    Ha debido pasar toda la pena del mundo, 
    como un tiempo lentísimo. 
    Han debido pasar todas las lágrimas del mundo, 
    como un río indiferente. 
    Ha debido pasar mucho tiempo, amigos míos, 
    mucho tiempo 
    desde que yo me senté aquí en la orilla, 
    a orillas de esta tristeza, de este 
    río al que le llamaban Dámaso, digo, Carlos. 

    Dámaso Alonso nació en Madrid en 1898. Catedrático, acádemico y poeta, impartió cursos de Literatura española en prestigiosas universidades de Europa y América. Colaborador asíduo de la Revista Española de Filología, dirigió la Biblioteca Románica Hispánica, en la que aparecieron los textos de mayor importancia en el campo de la crítica literaria y de investigación filológica española. Su obra se proyecta en una triple dimensión: la investigación literaria, la prosa y la creación poética. En el primer campo, centra su interés en los autores del siglo de Oro. Destaca la edición de Soledades de Góngora. Un extraordinario trabajo de investigación e interpretación que analiza con fino espíritu de poeta el mundo metafórico del autor barroco. Como poeta, desde sus poemas iniciales hasta su consagración con Hijos de la ira, su estilo evoluciona ágilmente hacia la liberación de los vínculos clásicos de la rima y la forma, en un claro proceso de perfeccionamiento poético. Hijos de la ira (1944) constituye una de las obras más bellas y representativas de la poesía moderna española. En 1978 le fue concedido el Premio Cervantes. Falleció en Madrid en 1990.