La ciudad en el mar, de Edgar Allan Poe | Poema

    Poema en español
    La ciudad en el mar

    ¡Ved! La Muerte se ha erigido un trono, 
    en una extraña ciudad que se levanta, solitaria, 
    muy lejos, en el sombrío occidente, donde 
    los buenos y los malos, los peores y los mejores 
    han ido hacia la paz eterna. Allí los templos, 
    los palacios y las torres-torres carcomidas 
    por el tiempo, y que no tiemblan nunca,-no 
    se parecen en nada a las nuestras. A su alrededor, 
    olvidadas por los vientos que no las agitan 
    jamás resignadas bajo los cielos, reposan las 
    aguas melancólicas. 



    -- 



    Desde el cielo sagrado, ningún rayo desciende 
    en la negra noche de esa ciudad; pero un resplandor 
    reflejado por la lívida mar, invade las 
    torres, brilla silenciosamente sobre las almenas, 
    a lo hondo y a lo largo, sobre las cúpulas, sobre 
    las cimas, sobre los palacios reales, sobre los 
    templos, sobre las murallas babilónicas, sobre 
    la soledad sombría y desde largo tiempo abandonada, 
    de los macizos de hiedra esculpida y 
    de flores de piedra-sobre tanto y tanto templo 
    maravilloso en cuyos frisos contorneados se 
    entrelazan claveles, violetas y viñas. 



    -- 



    Bajo el cielo, resignadas, reposan las aguas 
    melancólicas. Las torres y las sombras se confunden 
    de tal modo que todo parece suspendido 
    en el aire, mientras que desde una torre 
    orgullosa, la Muerte como un espectro gigante, 
    contempla la ciudad que yace a sus pies. 



    -- 



    Allá los templos abiertos y las tumbas sin losa 
    bostezan al nivel de las aguas luminosas; pero 
    ni las riquezas que se muestran en los ojos 
    adiamantados de cada ídolo, ni los cadáveres 
    con sus rientes adornos de joyas, quitan a las 
    aguas de su lecho; ninguna ondulación arruga, 
    ¡ay de mí! todo ese vasto desierto de cristal; 
    ninguna ola indica que los vientos puedan 
    existir sobre otros mares lejanos y más felices; 
    ninguna ola, ninguna ola deja suponer que han 
    existido vientos sobre mares menos horrorosamente 
    serenos. 



    -- 



    Pero, he ahí que un estremecimiento agita 
    el aire. Una onda, un movimiento se ha producido, 
    allá abajo. Se diría que las torres se han 
    bamboleado y se hunden, dulcemente, en la 
    onda taciturna, como si las cimas hubieran 
    producido un ligero vacío en el cielo brumoso. 
    Entonces las ondas tienen una luz más roja, 
    las horas transcurren sordas y lánguidas. Y 
    cuando en medio de gemidos que no tengan 
    nada de terrestres, esta ciudad sea engullida 
    por fin y profundamente fijada bajo la mar, 
    todavía, levantándose sobre sus mil tronos, el 
    Infierno le rendirá homenaje. 

    Edgar Allan Poe (Boston, 1809- Baltimore, 1849) está considerado como el padre del relato detectivesco moderno y el gran transformador de la narrativa fantástica y de terror, que gracias a sus cuentos pasó de la atmósfera gótica de finales del siglo XVIII a la profundidad psicológica que se le atribuye al género en su edad moderna. Poeta, ensayista, crítico, periodista y narrador superdotado, Poe es conocido universalmente por un conjunto de textos —poemas como El cuervo, su única novela La narración de Arthur Gordon Pym y sus relatos sobrenaturales y de misterio— que supusieron la puerta de entrada de la literatura occidental tanto al simbolismo y el surrealismo como al género pulp. Los dominios de Arnheim es uno de los textos más singulares, a la vez que poco leídos, de este maestro del relato fantástico norteamericano.

    • ¡Ojalá mi joven vida fuese un sueño duradero! 
      Y mi espíritu yaciera hasta que el rayo certero 
      De la eternidad presagiara el nuevo día. 
      ¡Sí! Aunque el largo sueño fuese de agonía 
      Siempre sería mejor que estar despierto 
      Para quien tuvo, desde su nacimiento 

    • Ocurrió una medianoche 
      a mediados de verano; 
      lucían pálidas estrellas 
      tras el potente halo 
      de una luna clara y fría 
      que iluminaba las olas 
      rodeada de planetas, 
      esclavos de su señora. 
      Detuve mi mirada 
      en su sonrisa helada 

    • Fue hace muchos, muchos años, 
      en un reino junto al mar, 
      que vivió una doncella a quien ustedes quizá conozcan 
      por el nombre de Annabel Lee; 
      esta señorita vivía sin ningún otro pensamiento 
      más que amar y ser amada por mí. 

    • Valles de sombra y aguas apagadas 
      y bosques como nubes, 
      que ocultan su contorno 
      en un fluir de lágrimas. 
      Allí crecen y menguan unas enormes lunas, 
      una vez y otra vez, a cada instante, 
      en canto que la noche se desliza, 
      y avanzan siempre, inquietas, 

    • ¡El vaso se hizo trizas! Desapareció su esencia 
      ¡Se fue; se fue! ¡Se fue; se fue! 
      Doblad, doblad campanas, con ecos plañideros, 
      que un alma inmaculada de Estigia en los linderos 
      flotar se ve. 

    • En el Cielo mora un espíritu, 
      cuyas cuerdas del corazón son un laúd; 
      ninguno canta mejor, ni con tal frenesí 
      como el ángel Israfel, 
      y las estrellas vertiginosas, 
      así lo afirma la leyenda, 
      deteniendo sus himnos, 
      escuchan el encantamiento de su voz, 

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