La durmiente, de Edgar Allan Poe | Poema

    Poema en español
    La durmiente

    Era la medianoche, en junio, tibia, bruna. 
    Yo estaba bajo un rayo de la mística luna, 
    que de su blanco disco como un encantamiento 
    vertía sobre el valle un vapor soñoliento. 
    Dormitaba en las tumbas el romero fragante, 
    y al lago se inclinaba el lirio agonizante, 
    y envueltas en la niebla en el ropaje acuoso, 
    las ruinas descansaban en vetusto reposo. 
    ¡Mirad! También el lago semejante al Leteo, 
    dormita entre las sombras con lento cabeceo, 
    y del sopor consciente despertarse no quiere 
    para el mundo que en torno lánguidamente muere 

    Duerme toda belleza y ved dónde reposa 
    irene, dulcemente, en calma deleitosa. 
    Con la ventana abierta a los cielos serenos, 
    de claros luminares y de misterios llenos. 
    ¡Oh, mi gentil señora, ¿no te asalta el espanto? 
    ¿Por qué está tu ventana, así, en la noche abierta? 
    los aires juguetones desde el bosque frondoso, 
    risueños y lascivos en tropel rumoroso 
    inundan tu aposento y agitan la cortina 
    del lecho en que tu hermosa cabeza se reclina, 
    sobre los bellos ojos de copiosas pestañas, 
    tras los que el alma duerme en regiones extrañas, 
    como fantasmas tétricos, por el sueño y los muros 
    se deslizan las sombras de perfiles oscuros. 

    Oh, mi gentil señora, ¿no te asalta el espanto? 
    ¿Cuál es, di, de tu ensueño el poderoso encanto? 
    Debes de haber venido de los lejanos mares 
    a este jardín hermoso de troncos seculares. 
    Extraños son, mujer, tu palidez, tu traje, 
    y de tus largas trenzas el flotante homenaje; 
    pero aún es más extraño el silencio solemne 
    en que envuelves tu sueño misterioso y perenne. 
    La dama gentil duerme. ¡Que duerman para el mundo! 
    Todo lo que es eterno tiene que ser profundo. 
    El cielo lo ha amparado bajo su dulce manto, 
    trocando este aposento por otro que es más santo, 
    y por otro más triste, el lecho en que reposa. 

    Yo le ruego al Señor, que con mano piadosa, 
    la deje descansar con sueño no turbado, 
    mientras que los difuntos desfilan por su lado. 
    Ella duerme, amor mío. ¡Oh!, mi alma le desea 
    que así como es eterno, profundo el sueño sea; 
    que los viles gusanos se arrastren suavemente 
    en torno de sus manos y en torno de su frente; 
    que en la lejana selva, sombría y centenaria, 
    le alcen una alta tumba tranquila y solitaria 
    donde flotan al viento, altivos y triunfales, 
    de su ilustre familia los paños funerales; 
    una lejana tumba, a cuya puerta fuerte 
    piedras tiró, de niña, sin temor a la muerte, 
    y a cuyo duro bronce no arrancará más sones, 
    ni los fúnebres ecos de tan tristes mansiones 
    ¡Qué triste imaginarse pobre hija del pecado. 
    Que el sonido fatídico a la puerta arrancado, 
    y que quizá con gozo resonara en tu oído, 
    de la muerte terrífica era el triste gemido!

    Edgar Allan Poe (Boston, 1809- Baltimore, 1849) está considerado como el padre del relato detectivesco moderno y el gran transformador de la narrativa fantástica y de terror, que gracias a sus cuentos pasó de la atmósfera gótica de finales del siglo XVIII a la profundidad psicológica que se le atribuye al género en su edad moderna. Poeta, ensayista, crítico, periodista y narrador superdotado, Poe es conocido universalmente por un conjunto de textos —poemas como El cuervo, su única novela La narración de Arthur Gordon Pym y sus relatos sobrenaturales y de misterio— que supusieron la puerta de entrada de la literatura occidental tanto al simbolismo y el surrealismo como al género pulp. Los dominios de Arnheim es uno de los textos más singulares, a la vez que poco leídos, de este maestro del relato fantástico norteamericano.

    • ¡Ojalá mi joven vida fuese un sueño duradero! 
      Y mi espíritu yaciera hasta que el rayo certero 
      De la eternidad presagiara el nuevo día. 
      ¡Sí! Aunque el largo sueño fuese de agonía 
      Siempre sería mejor que estar despierto 
      Para quien tuvo, desde su nacimiento 

    • Ocurrió una medianoche 
      a mediados de verano; 
      lucían pálidas estrellas 
      tras el potente halo 
      de una luna clara y fría 
      que iluminaba las olas 
      rodeada de planetas, 
      esclavos de su señora. 
      Detuve mi mirada 
      en su sonrisa helada 

    • Fue hace muchos, muchos años, 
      en un reino junto al mar, 
      que vivió una doncella a quien ustedes quizá conozcan 
      por el nombre de Annabel Lee; 
      esta señorita vivía sin ningún otro pensamiento 
      más que amar y ser amada por mí. 

    • Valles de sombra y aguas apagadas 
      y bosques como nubes, 
      que ocultan su contorno 
      en un fluir de lágrimas. 
      Allí crecen y menguan unas enormes lunas, 
      una vez y otra vez, a cada instante, 
      en canto que la noche se desliza, 
      y avanzan siempre, inquietas, 

    • ¡El vaso se hizo trizas! Desapareció su esencia 
      ¡Se fue; se fue! ¡Se fue; se fue! 
      Doblad, doblad campanas, con ecos plañideros, 
      que un alma inmaculada de Estigia en los linderos 
      flotar se ve. 

    • En el Cielo mora un espíritu, 
      cuyas cuerdas del corazón son un laúd; 
      ninguno canta mejor, ni con tal frenesí 
      como el ángel Israfel, 
      y las estrellas vertiginosas, 
      así lo afirma la leyenda, 
      deteniendo sus himnos, 
      escuchan el encantamiento de su voz, 

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