De todos cuantos anhelan tu presencia como una mañana, de todos cuantos padecen tu ausencia como una noche, como el destierro inapelable del sol sagrado allende el firmamento; de todos los dolientes que a cada instante te bendicen por la esperanza, por la vida, ah, y sobre todo, por haberles devuelto la fe extraviada, enterrada en la verdad, en la virtud, en la raza del hombre…
De todos aquellos que, cuando agonizaban en el lecho impío de la desesperanza, se han incorporado de pronto al oírte susurrar con dulzura: “¡que haya luz!”, Al oírte susurrar esas palabras acentuadas por el sereno brillo de tus ojos…
De todos tus numerosos deudores, cuya gratitud raya la veneración, recuerda, oh, no olvides nunca a tu devoto más ferviente, al más incondicional, y piensa que estas líneas vacilantes las habrá escrito él, ese que ahora, al escribirlas, se emociona pensando
que su espíritu comulga con el espíritu de un ángel.
De todos cuantos anhelan tu presencia como una mañana, de todos cuantos padecen tu ausencia como una noche, como el destierro inapelable del sol sagrado allende el firmamento; de todos los dolientes que a cada instante
¡Ved!; es noche de gala en estos últimos años solitarios. Una multitud de ángeles alados, adornados con velos y anegados en lágrimas, se halla reunida en un teatro para contemplar un drama de esperanzas y de temores mientras