Para Annie, de Edgar Allan Poe | Poema

    Poema en español
    Para Annie

    ¡Gracias a Dios! la crisis, el mal ha pasado y 
    la lánguida enfermedad ha desaparecido por 
    fin, y la fiebre llamada «vivir» está vencida. 

    Tristemente, sé que estoy desposeído de mi 
    fuerza, y no muevo un músculo mientras estoy 
    tendido, todo a lo largo. Pero, ¿qué importa? 
    Siento que voy mejor paulatinamente. 

    Y reposo tan tranquilamente, en el presente, 
    en mi lecho, que a contemplarme se me 
    creería muerto, y podría estremecer al que me 
    viera, creyéndome muerto. 

    Las lamentaciones y los gemidos, los suspiros 
    y las lágrimas son apaciguadas entre tanto 
    por esta horrible palpitación de mi corazón; 
    ¡ah, esta horrible palpitación! 

    La incomodidad,—el disgusto—el cruel sufrimiento—han 
    cesado con la fiebre que enloquecía 
    mi cerebro, con la fiebre llamada «vivir» 
    que consumía mi cerebro. 

    Y de todos los tormentos, aquel que más 
    tortura ha cesado: el terrible tormento de la 
    sed por la corriente oscura de una pasión maldita. 
    He bebido de un agua que apaga toda 
    sed. 

    He bebido de un agua que corre con sonido 
    arrullador, de una fuente subterránea pero 
    poco profunda, de una caverna que no está 
    muy lejos, bajo tierra. 

    ¡Ah! que no sea dicho jamás: mi cuarto 
    está oscuro, mi lecho es estrecho; porque 
    jamás ningún hombre durmió en lecho igual—y 
    para dormir verdaderamente, es en un 
    lecho como éste en el que hay que acostarse. 

    Mi alma tantalizada reposa dulcemente aquí, 
    olvidando, sin recordarlas jamás, sus rosas, sus 
    antiguas ansias de mirtos y de rosas. 

    Pues ahora, mientras reposa tan tranquilamente, 
    imagina a su alrededor, una más santa 
    fragancia de pensamientos, una fragancia de 
    romero mezclado a pensamientos, a sabor callejero 
    y al de los bellos y rígidos pensamientos. 

    Y así yace ella, dichosamente sumergida 
    en recuerdos perennes de la constancia y de la 
    belleza de Annie, anegada en un beso a las trenzas 
    de Annie. 

    Tiernamente me abraza, apasionadamente 
    me acaricia. Y entonces caigo dulcemente 
    adormecido sobre su seno, profundamente adormido 
    del cielo de su seno. 

    Y así reposo tan tranquilamente en mi lecho—conociendo 
    su amor—que me creéis muerto. 
    Y así reposo, tan serenamente en mi lecho,—con 
    su amor en mi corazón,—que me creéis 
    muerto, que os estremecéis al verme, creyéndome 
    muerto. 

    Pero mi corazón es más brillante que todas 
    las estrellas del cielo, porque brilla para Annie, 
    abrasado por la luz del amor de mi Annie, por 
    el recuerdo de los bellos ojos luminosos de mi 
    Annie...

    Edgar Allan Poe (Boston, 1809- Baltimore, 1849) está considerado como el padre del relato detectivesco moderno y el gran transformador de la narrativa fantástica y de terror, que gracias a sus cuentos pasó de la atmósfera gótica de finales del siglo XVIII a la profundidad psicológica que se le atribuye al género en su edad moderna. Poeta, ensayista, crítico, periodista y narrador superdotado, Poe es conocido universalmente por un conjunto de textos —poemas como El cuervo, su única novela La narración de Arthur Gordon Pym y sus relatos sobrenaturales y de misterio— que supusieron la puerta de entrada de la literatura occidental tanto al simbolismo y el surrealismo como al género pulp. Los dominios de Arnheim es uno de los textos más singulares, a la vez que poco leídos, de este maestro del relato fantástico norteamericano.