Uno tarda su propia vida
en comprender que ya no le aman.
Cuando por fin lo entiende entonces ya es tarde,
los puños se destensan,
el nudo se afianza y se acomoda,
el tiempo pasa lento como el vuelo de esos pájaros
que ya no llegan
y la vida parece un otoño que no termina de romper.
He de aprender a seguir, me repito,
tras esta barrera de barro y recuerdos.
He de hacerlo, me digo,
con las manos llenas de años.
No lo estoy haciendo mal, amor.
Mi madre me ve reír,
me dejo abrazar por el sol de la calle,
pienso en el mar a cada instante, pienso en él cuando me ahogo
y respiro, intento respirar, trato de controlar
el aire que me falta a veces
y otras veces lo consigo,
y pienso que te gustaría saberlo.
Sin embargo,
aún me asusta hablar de ti,
ponerte en boca de otros
y no tener ya ganas de besarla.
Estoy rota por dentro y no lo oculto.
Sé que pasará un tiempo hasta que puedas abrazarme
y no se te claven mis pedazos,
esta parte de ti hecha añicos aquí dentro.
Poco a poco voy comprendiendo este peso,
esta carga de nostalgia tremebunda que nadie logra sostener,
esta tristeza que tú entendiste y acariciaste
hasta que te miró de frente y la soltaste.
No te culpo,
es importante que lo sepas,
me hiciste dormirla durante tanto tiempo
que sigo creyendo que fuiste un milagro aunque ya no crea en la fe.
Sé que mi risa es una meta y mi tristeza el camino,
sé que ambas volverán a partir el mundo de alguien en dos,
pero ahora solo necesito cuidar de mí misma
y dejarme en las manos del tiempo que me acompaña siempre.
Porque a veces me río, amor,
y me acuerdo de ti
y pienso que te gustaría saberlo, que lo echarás de menos,
y entonces un pájaro se para en mi alféizar y me tiende un ala.