Ya sé que no soy yo, que son mis venas de pájaro, que son los veinte años de anestesia, pero hoy me eché a llorar en medio de la calle.
Qué vergüenza, esta mirada sin lugar, como una plañidera sin sueldo ni paz con su llanto. No es una exhibición, es que tengo el fuelle del lagrimal inútil y no sé contener esta bulimia de tristeza. Por eso voy rodando como una vulgar lloradora contratada por el mundo.
Tenía un estante de pastillas como un surtido de galletas que me dejaban como un trozo de carne y me las quieren quitar para vivir a pelo.
Ustedes deberían saber que es verdad, que sí, que estoy rota, que soy una heroína para nadie, pero ando llorando y gritando, con un orgasmo brutal de tristeza.
Concédanme un armisticio: ser triste moderadamente, drogarme lo que necesito.
Y que se haga de noche. Que por fin llegue el sueño. Por fin. Soñar. Hoy.