Mi madre siempre deseó una parcela en el campo: 'descansar es invertir en calidad de vida'.
Para su último hogar improvisó un alquiler de cinco años y flores de PLÁSTICO.
La muerte también tiene fecha de caducidad.
Ha vencido el alquiler y mi padre le ha comprado su propia parcela en el campo, en el pueblo.
La muerte también entiende de clases.
Vuelven a encontrarse, por arte del negocio inmobiliario. Su última cita, en el paraíso del cementerio municipal: mi padre asiste al siniestro desnudo de huesos desordenados. Y el anillo de matrimonio.
Su esposa, mi madre, en una paz brutal como nunca tuvo. Todo en una bolsa de PLÁSTICO. Sin más mística: el espanto en una bolsa de BASURA.
Mi padre volvió a sentar a su amante en el asiento del copiloto. Con cariño. Con la tragedia instalada en el volante. Con arcadas. Con amor.
Depositó la bolsa, como el que regresa del supermercado, en la propiedad, orgullo familiar, en una bolsa de BASURA de PLÁSTICO de marca. Tantas bocas viven de la muerte. Hasta mi poema vive de la muerte. Mi ego liba de tu muerte.