Santiago - Balada ingenua, de Federico García Lorca | Poema

    Poema en español
    Santiago - Balada ingenua

    Esta noche ha pasado Santiago 
    su camino de luz en el cielo. 
    Lo comentan los niños jugando 
    con el agua de un cauce sereno. 

    ¿Dónde va el peregrino celeste 
    por el claro infinito sendero? 
    Va a la aurora que brilla en el fondo 
    en caballo blanco como el hielo. 

    ¡Niños chicos, cantad en el prado 
    horadando con risas al viento! 

    Dice un hombre que ha visto a Santiago 
    en tropel con doscientos guerreros; 
    iban todos cubiertos de luces, 
    con guirnaldas de verdes luceros, 
    y el caballo que monta Santiago 
    era un astro de brillos intensos. 

    Dice el hombre que cuenta la historia 
    que en la noche dormida se oyeron 
    tremolar plateado de alas 
    que en sus ondas llevóse el silencio. 

    ¿Qué sería que el río paróse? 
    Eran ángeles los caballeros. 

    ¡Niños chicos, cantad en el prado. 
    horadando con risas al viento! 

    Es la noche de luna menguante. 
    ¡Escuchad! ¿Qué se siente en el cielo, 
    que los grillos refuerzan sus cuerdas 
    y dan voces los perros vegueros? 

    Madre abuela, ¿cuál es el camino, 
    madre abuela, que yo no lo veo? 

    Mira bien y verás una cinta 
    de polvillo harinoso y espeso, 
    un borrón que parece de plata 
    o de nácar. ¿Lo ves? 
    Ya lo veo. 

    Madre abuela. ¿Dónde está Santiago? 
    Por allí marcha con su cortejo, 
    la cabeza llena de plumajes 
    y de perlas muy finas el cuerpo, 
    con la luna rendida a sus plantas, 
    con el sol escondido en el pecho. 

    Esta noche en la vega se escuchan 
    los relatos brumosos del cuento. 

    ¡Niños chicos, cantad en el prado, 
    horadando con risas al viento! 

    Una vieja que vive muy pobre 
    en la parte más alta del pueblo, 
    que posee una rueca inservible, 
    una virgen y dos gatos negros, 
    mientras hace la ruda calceta 
    con sus secos y temblones dedos, 
    rodeada de buenas comadres 
    y de sucios chiquillos traviesos, 
    en la paz de la noche tranquila, 
    con las sierras perdidas en negro, 
    va contando con ritmos tardíos 
    la visión que ella tuvo en sus tiempos. 

    Ella vio en una noche lejana 
    como ésta, sin ruidos ni vientos, 
    el apóstol Santiago en persona, 
    peregrino en la tierra del cielo. 

    Y comadre, ¿cómo iba vestido? 
    le preguntan dos voces a un tiempo. 

    Con bordón de esmeraldas y perlas 
    y una túnica de terciopelo. 

    Cuando hubo pasado la puerta, 
    mis palomas sus alas tendieron, 
    y mi perro, que estaba dormido, 
    fue tras él sus pisadas lamiendo. 
    Era dulce el Apóstol divino, 
    más aún que la luna de enero. 
    A su paso dejó por la senda 
    un olor de azucena y de incienso. 

    Y comadre, ¿no le dijo nada? 
    la preguntan dos voces a un tiempo. 

    Al pasar me miró sonriente 
    y una estrella dejóme aquí dentro. 

    ¿Dónde tienes guardada esa estrella? 
    la pregunta un chiquillo travieso. 

    ¿Se ha apagado, dijéronle otros, 
    como cosa de un encantamiento? 

    No, hijos míos, la estrella relumbra, 
    que en el alma clavada la llevo. 

    ¿Cómo son las estrellas aquí? 
    Hijo mío, igual que en el cielo. 

    Siga, siga la vieja comadre. 
    ¿Dónde iba el glorioso viajero? 

    Se perdió por aquellas montañas 
    con mis blancas palomas y el perro. 
    Pero llena dejome la casa 
    de rosales y de jazmineros, 
    y las uvas verdes en la parra 
    maduraron, y mi troje lleno 
    encontré la siguiente mañana. 
    Todo obra del Apóstol bueno. 

    ¡Grande suerte que tuvo, comadre! 
    sermonean dos voces a un tiempo. 

    Los chiquillos están ya dormidos 
    y los campos en hondo silencio. 

    ¡Niños chicos, pensad en Santiago 
    por los turbios caminos del sueño! 

    ¡Noche clara, finales de julio! 
    ¡Ha pasado Santiago en el cielo! 

    La tristeza que tiene mi alma, 
    por el blanco camino la dejo, 
    para ver si la encuentran los niños 
    y en el agua la vayan hundiendo, 
    para ver si en la noche estrellada 
    a muy lejos la llevan los vientos.

    Federico García Lorca (Fuentevaqueros, 5 de junio de 1898 – camino de Víznar a Alfacar, 1936) fue un poeta y dramaturgo español, adscrito a la generación del 27. Desde pequeño entró en contacto con las artes a través de la música y el dibujo. En 1915 comenzó a estudiar Filosofía y Letras, así como Derecho, en la Universidad de Granada. Formó parte de El Rinconcillo, tertulia de los artistas granadinos, donde conoció a Manuel de Falla. Entre 1916 y 1917 realizó una serie de viajes por España con sus compañeros de estudios, que inspiraron su primer libro Impresiones y paisajes (1918). En 1919 se instaló en la Residencia de Estudiantes de Madrid, coincidiendo con numerosos artistas e intelectuales como Luis Buñuel, Rafael Alberti o Salvador Dalí. Allí empezó a florecer su actividad literaria, con la publicación de obras como Libro de poemas (1921) o El maleficio de la mariposa (1920). En 1929 viajó a Nueva York por sugerencia de Fernando de los Ríos, plasmando este viaje en Poeta en Nueva York, que se publicaría cuatro años después de su muerte, en 1940. En 1931 fundó el grupo teatral universitario La Barraca, para acercar el teatro al pueblo mediante obras del Siglo de Oro. Otro viaje a Buenos Aires en 1933 hizo crecer más su popularidad con el estreno de Bodas de Sangre y a su vuelta a España, un año después, siguió publicando diversas obras como Yerma o La casa de Bernarda Alba. En 1936, al regresar a Granada, fue detenido y fusilado por sus ideas liberales.