Cayó la torre que en el viento hacían
mis altos pensamientos castigados,
que yacen por el suelo derribados,
cuando con sus extremos competían.
Atrevidos al sol llegar querían,
y morir en sus rayos abrasados,
de cuya luz contentos y engañados,
Céfiro blando, que mis quejas tristes
tantas veces llevaste; claras fuentes,
que con mis tiernas lágrimas ardientes,
vuestro dulce liquor ponzoña hiciste;
selvas que mis querellas esparcites,
ásperos montes a mi mal presentes,
ríos, que de mis ojos siempre ausentes,
veneno al mar como tirano distes:
pues la espera de rigor tan fiero
no me permite voz articulada,
decid a mi desdén que por él muero.
Que si la viere el mundo transformada
en el laurel, que por dureza espero,
de ella veréis mi frente coronada.