Callos a la manera de Oporto, de Fernando Pessoa | Poema

    Poema en español
    Callos a la manera de Oporto

    Un día, en un restaurante, fuera del espacio y del tiempo, 
    me sirvieron el amor como callos fríos. 
    Delicadamente dije al encargado de la cocina 
    que los prefería calientes, 
    que los callos (y eran a la manera de Oporto) nunca se comen fríos. 

    Se impacientaron conmigo. 
    Nunca se puede tener razón, ni en un restaurante. 
    No comí, no pedí otra cosa, pagué la cuenta 
    y me fui a dar una vuelta por la calle. 

    ¿Quién sabe lo que quiere decir esto? 
    Yo no lo sé, y pasó conmigo… 

    (Sé muy bien que en la infancia de todo el mundo hubo un jardín, 
    particular o público, o del vecino. 
    Sé muy bien que el que jugáramos era lo propio de él. 
    Y que la tristeza es de hoy.) 

    Lo sé de sobra, 
    pero si yo pedí amor, ¿por qué entonces me trajeron 
    callos a la manera de Oporto fríos? 
    No es plato que se pueda comer frío, 
    pero me lo trajeron frío. 
    No reclamé, pero estaba frío, 
    nunca se puede comer frío, pero vino frío.

    • Bajo la dolorosa luz de las lámparas eléctricas de la fábrica 
      tengo fiebre y escribo. 
      Escribo rechinando los dientes, fiera ante la belleza de esto, 
      ante la belleza de esto totalmente desconocida para los antiguos. 

    • Al señor Mário de Sá-Carneiro 
       
      Es antes del opio que mi alma está enferma. 
      Sentir la vida que convalece y se seca 
      y voy en busca del opio que consuela 
      un Oriente al oriente del Oriente. 

    • A Santa Rita Pintor 
       
      Solo, en el muelle desierto, esta mañana de verano, 
      miro hacia el lado de la barra, miro hacia lo Indefinido, 
      miro y me alegra ver, 
      pequeño, negro y claro, un paquebote entrando. 
      Viene muy lejos, nítido, clásico a su manera. 

    • Trazo, solo, en mi cubículo de ingeniero, el plano, 
      firmo el proyecto, aislado aquí, 
      remoto hasta de quien yo soy. 
      Al lado, acompañamiento banalmente siniestro, 
      el tic-tac que estalla de las máquinas de escribir. 
      ¡Qué náusea de vida! 

    • Pasado mañana, sí. Pero sólo pasado mañana... 
      Mañana me pasaré el día pensando en pasado mañana, 
      y así será posible; pero hoy no... 
      No, hoy nada; hoy no puedo. 
      La persistencia confusa de mi subjetividad objetiva, 
      el sueño de mi vida real, intercalado,