No duermes bajo los cipreses, pues no hay sueño en el mundo.
El cuerpo es la sombra de los vestidos que cubren tu ser profundo.
Viene la noche, que es la muerte, y la sombra acabó sin ser. Vas en la noche sólo silueta, igual a ti sin querer.
Mas en la Posada del Asombro te arrancan los Ángeles la capa: sigues sin capa en el hombro, con lo poco que te tapa.
Entonces Arcángeles del Camino te desvisten y te dejan desnudo. No tienes ropas, no tienes nada: tienes sólo tu cuerpo, que eres tú. por fin, en la profunda caverna,
los Dioses te desvisten más. Tu cuerpo cesa, alma externa, mas ves que son tus iguales.
La sombra de tus vestidos quedo entre nosotros en Ia Suerte. No estás muerto, entre cipreses. Neófito, no hay muerte.
En el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños, yo era feliz y nadie había muerto. En la casa antigua, incluso mi cumpleaños era una tradición de siglos, y la alegría de todos, y la mía, estaba asegurada con una religión cualquiera.
No sé cuántas almas tengo a cada momento mudo. Continuamente me extraño. Nunca me vi ni encontré. De tanto ser, sólo tengo alma. Quien tiene alma no tiene calma. Quien ve es sólo lo que ve, quien siente no es quien es,
Esta vieja angustia, esta angustia que traigo hace siglos en mí, rebasó la vasija, en lágrimas, en grandes imaginaciones, en sueños al estilo de pesadilla sin terror, en grandes emociones súbitas sin sentido alguno. Rebasó.
Ven Noche antiquísima e idéntica, noche Reina nacida destronada, noche igual por dentro al silencio, Noche con estrellas, lentejuelas rápidas en tu vestido con franjas de infinito.
Un día, en un restaurante, fuera del espacio y del tiempo, me sirvieron el amor como callos fríos. Delicadamente dije al encargado de la cocina que los prefería calientes, que los callos (y eran a la manera de Oporto) nunca se comen fríos.