Ella canta, pobre segadora, creyéndose feliz tal vez; canta y siega, y su voz, llena de alegre y anónima viudez, ondula como un canto de ave en el aire limpio como umbral, y hay curvas en la trama suave del sonido que tiene al cantar. Oírla alegra y entristece, en su voz hay campo y brega, y canta como si tuviese más razones para cantar que la vida. ¡Ah, canta, canta sin razón! Lo que en mí siente está pensando. ¡Derrama en mi corazón tu incierta voz ondeando! ¡Ah, poder ser tú, siendo yo! Tener tu alegre inconsciencia y la consciencia de eso! ¡Oh cielo! ¡Oh campo! ¡Oh canción! ¡La ciencia pesa tanto y la vida es tan breve! ¡Entrad dentro de mí! ¡Convertid mi alma en vuestra sombra leve! ¡Y después, llevándome, pasad!
En la calle llena de sol vago hay casas detenidas y gente que camina. Una tristeza llena de pavor me cala. Presiento un suceso más allá de las fachadas y de los movimientos.
La esencia de la tiranía es la fuerza que nos obliga, y la fuerza que nos obliga, o nos obliga absolutamente o relativamente, es decir, condicionadamente.