En el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños,
yo era feliz y nadie había muerto.
En la casa antigua, incluso mi cumpleaños era una tradición de siglos,
y la alegría de todos, y la mía, estaba asegurada con una religión cualquiera.
Oscuro espacio, que en la noche abierta,
como un solo misterio se derrite;
estrella errante, cuya luz incierta
rubrica ese misterio y lo repite;
ríos de tiempo, donde fluye vida;
silencio azul, vacío hasta de nada;
laberinto del alma, sin salida,
donde la clave se quedó olvidada:
cuando miro estas cosas, y me miro,
soñador de estos sueños, que no entiendo,
portador de una carne que no piensa,
plantado aquí, en el aire en que deliro,
la oración de mi asombro se va hundiendo
en la absoluta soledad inmensa.