Señor, serenas son
todas las horas
que derrochamos, si en
malgastarlas,
como en un jarrón,
colocamos flores.
No hay tristezas
ni alegrías tampoco
en nuestra vida.
Luego déjanos aprender,
irreflexivamente sabios,
a no vivirla.
Sino a dejarla flotar,
tranquila, serena,
permitiendo que los niños
sean nuestros profesores
y que nuestros ojos sean
colmados por la Naturaleza.
A la orilla de la corriente,
al borde, de la carretera,
cae erguida
siempre en el mismo
respiro de luz
de estar vivos.
El tiempo pasa,
no nos dice nada.
Crecemos envejecidos.
Déjanos aprender, como si
irónicamente,
nos observara partir.
Es inútil mientras
hacemos un gesto.
No hay resistencia
al dios cruel
devorador sempiterno
de sus hijos.
Permítenos recoger las flores,
permítenos humedecer
éstas nuestras manos
en los apacibles riachuelos,
de los cuales debemos aprender
a ser apacibles como ellos.
Los girasoles siempre
están mirando hacia el sol,
déjanos marchar de la vida
tranquilos, sin abrigar
siquiera el remordimiento
de haber vivido.