A veces, y el sueño es triste, en mis deseos existe lejanamente un país donde ser feliz consiste solamente en ser feliz. Se vive como se nace, sin querer y sin saber. En esa ilusión de ser, el tiempo muere y renace sin que se sienta correr. El sentir y el desear no existen en esa tierra. Y no es el amor amar en el país donde yerra mi lejano divagar. Ni se sueña ni se vive: es una infancia sin fin. Y parece que revive ese imposible jardín que con suavidad recibe.
Desde la ventana más alta de mi casa, con un pañuelo blanco digo adiós a mis versos, que viajan hacia la humanidad. Y no estoy alegre ni triste. Ése es el destino de los versos.
Y así soy, fútil y sensible, capaz de impulsos violentos y absorbentes, malos y buenos, nobles y viles, pero nunca de un sentimiento que subsista, nunca de una emoción que prolongue y entre hasta la sustancia del alma.