A veces, y el sueño es triste, en mis deseos existe lejanamente un país donde ser feliz consiste solamente en ser feliz. Se vive como se nace, sin querer y sin saber. En esa ilusión de ser, el tiempo muere y renace sin que se sienta correr. El sentir y el desear no existen en esa tierra. Y no es el amor amar en el país donde yerra mi lejano divagar. Ni se sueña ni se vive: es una infancia sin fin. Y parece que revive ese imposible jardín que con suavidad recibe.
En la víspera de no partir nunca por lo menos no hay que hacer las maletas no planes sobre el papel, con involuntario acompañamiento de olvidos, para el partir aún libre del día siguiente.
No hay que hacer nada en la víspera de no partir nunca.
Miro el Tajo, y de tal arte que olvido el mirar mirando, y de pronto esto se abate sobre mí, devaneando: ¿Qué es ser río y correr? ¿Qué estar yo en ese ver?
Al volante del Chevrolet por la carretera de Sintra a la luz de la luna y al sueño, en la carretera desierta, solitario conduzco, conduzco casi despacio, y un poco me parece, o me esfuerzo un poco para que me parezca,
Tu silencio es una nave con todas las velas llenas... Blandas, las brisas juegan en las flámulas, tu sonrisa... Y tu sonrisa en tu silencio es la escalera y las andas con que me finjo más alto y junto a cualquier paraíso...
Al niño, que nació y se crió a la sombra del ruido de las fábricas, se lo llevan al campo y allí sufre y muere en el exilio nostálgico del ruido de los grandes motores, del correr de las correas de transmisión, de los grandes palacios de hierros iluminados con grandes y blancas lámparas eléctrica