Saliste a la terraza pensando que la brisa de la noche podría devolverte al que eres siempre. Mas la tibieza que en tu cuarto había era un ámbito, allí, bajo la calma de alejadas estrellas. Olvidar pretendías unas horas todavía recientes, la penumbra que acercaba el latido de los dos, y tus palabras qué serenas eran como si a nadie las dijeses. Viste la emoción de su rostro, su contorno quemarse de belleza; y esas mismas palabras te llenaban de dolor y de sombra. De nada te sirvió, cuando quedaste solo, cegar la luz, hacer brotar desde un rincón la música, fortalecer tu fe con su joven pureza. Sobre tu frente se rompían olas gigantes: el calor detenido del día, el naufragio de un hombre que entregaba la pasión de su vida en el espectro doliente de la música (aún como si la esperanza le alentase), y te ardía el espíritu porque sentías declinar tu vida. Para ser el que fuiste sales a la terraza, para ver si un frío súbito derriba pronto la plenitud del corazón. Tocas el aire oscuro con los labios, oyes los gritos fatigados de la calle, la luminosa altura te estremece. El tiempo va pasando, no retorna nada de lo vivido; el dolor, la alegría, se confunden con la débil memoria, después en el olvido son cegados. y al dolor agradeces que se desborde de tu frágil pecho la firme aceptación de la existencia.
No tuve amor a las palabras; si las usé con desnudez, si sufrí en esa busca, fue por necesidad de no perder la vida, y envejecer con algo de memoria y alguna claridad.
Está en penumbra el cuarto, lo ha invadido la inclinación del sol, las luces rojas que en el cristal cambian el huerto, y alguien que es un bulto de sombra está sentado. Sobre la mesa los cartones muestran retratos de ciudad, mojados bosques
Saliste a la terraza pensando que la brisa de la noche podría devolverte al que eres siempre. Mas la tibieza que en tu cuarto había era un ámbito, allí, bajo la calma de alejadas estrellas. Olvidar pretendías unas horas
Cuando me han preguntado la causa de mi amor yo nunca he respondido: Ya conocéis su gran belleza. (Y aún es posible que existan rostros más hermosos.) Ni tampoco he descrito las cualidades ciertas de su espíritu que siempre me mostraba en sus costumbres,