Está en penumbra el cuarto, lo ha invadido la inclinación del sol, las luces rojas que en el cristal cambian el huerto, y alguien que es un bulto de sombra está sentado. Sobre la mesa los cartones muestran retratos de ciudad, mojados bosques de helechos, infinitas playas, rotas columnas: cuántas cosas, como un muelle, le estremecieron de muchacho. Antes se tendía en la alfombra largo tiempo, y conquistaba la aventura. Nada queda de aquel fervor, y en el presente no vive la esperanza. Va pasando con lentitud las hojas. Este rito de desmontar el tiempo cada día le da sabia mirada, la costumbre de señalar personas conocidas para que le acompañen. y retornan aquellas viejas vidas, los amigos más jóvenes y amados, cierta muerta mujer, y los parientes. No repite los hechos como fueron, de otro modo los piensa, más felices, y el paisaje se puebla de una historia casi nueva (y es doloroso ver que aún con engaño, hay un mismo final de desaliento). Recuerda una ciudad, de altas paredes, donde millones de hombres viven juntos, desconocidos, solitarios; sabe que una mirada allí es como un beso. Mas él ama una isla, la repasa cada noche al dormir, y en ella sueña mucho, sus fatigados miembros ceden fuerte dolor cuando apaga los ojos. Un día partirá del viejo pueblo y en un extraño buque, sin pensar, navegará. Sin emoción la casa se abandona, ya los rincones húmedos con la flor de verdín, mustias las vides, los libros amarillos. Nunca nadie sabrá cuándo murió, la cerradura se irá cubriendo de un lejano polvo.
No tuve amor a las palabras; si las usé con desnudez, si sufrí en esa busca, fue por necesidad de no perder la vida, y envejecer con algo de memoria y alguna claridad.
Está en penumbra el cuarto, lo ha invadido la inclinación del sol, las luces rojas que en el cristal cambian el huerto, y alguien que es un bulto de sombra está sentado. Sobre la mesa los cartones muestran retratos de ciudad, mojados bosques
Saliste a la terraza pensando que la brisa de la noche podría devolverte al que eres siempre. Mas la tibieza que en tu cuarto había era un ámbito, allí, bajo la calma de alejadas estrellas. Olvidar pretendías unas horas
Cuando me han preguntado la causa de mi amor yo nunca he respondido: Ya conocéis su gran belleza. (Y aún es posible que existan rostros más hermosos.) Ni tampoco he descrito las cualidades ciertas de su espíritu que siempre me mostraba en sus costumbres,