El sol de la timidez me lame la nuca, eriza las ideas en atascado fluir del verbo, lengua sin idioma, paladar sin verso.
¿A qué sabe un poema? ¿De qué color son los sueños?
Blanco, amarillo, violeta amargo, si no es compartido.
Sus labios... ¿A qué saben con los míos? ¿Y los míos?
¿Acaso saben de sueños?
Me mojo los labios y repito la jugada:
¿A qué saben sus labios con los míos? ¿Por qué sus labios? ¿Acaso con los suyos, estos, serán más lúcidos, menos míos?
Muérdete la lengua, que sangre el idioma sus sinónimos de jerga desarmada, anegue a tragos tu ironía desencantada.
Sus labios son suyos, y más suyos son los míos cuando su baile nombra los juncos pronunciados de brisa, los suspiros de mariposa anhelante, arrullo de melodía vespertina,
creo en los labios en la fortaleza de los suyos; mis besos, se los guardo. Sus besos: los entregue a cada rato.
A los hechos me remito ante la duda bajo llave cabe esperar con el rabo entre las piernas contra lo establecido de perdidos al río desde que nací en el brillo de tus ojos entre pasado y futuro hacia tu rostro hasta chocarme
“Disculpe señor ministro pero es usted un cabrón”.
La sala parecía estar de acuerdo, hasta el mismísimo presidente callaba a favor. “Lo es”, empezó a decir, “ministro esperanzador. Es usted sin duda un gran cabrón, si no el mejor”.
Ahora tienes que decirlo, bien alto y bien claro. Decirlo bien, nada de susurros de altavoz descabezado. Como tú sabes. Ya saben de lo que eres capaz cuando te escondes.
Al acertar es imposible escoger lo heredado, señalar el amor que nos viene encontrado. Cuántos dedos son, sin haberlos tocado, meses que el mar deshizo en naufragios.