Son frías estas almas de piedra haciendo cola. Sospechan dentro de diminutos bolsos de las miradas largas.
Pagan fríamente, acorde a sus frías demandas. Han comprado grasa, vanas esperanzas congeladas, algunos desinfectantes para almas (que no quieren) y una colección de deseos, por si vuelven.
Son frías y bien ordenadas estas obradas almas sin obra.
Los condenados deciden libres su última cena en este frío invierno de condenas compartidas.
No puedo decir que la amé. Sería mentir. La amé, eso es cierto, pero no fui yo. Fue un extraño ser, una cándida y pueril imagen de mi rostro imberbe, de mis ojos dulces y sonrisa complaciente. Tal vez ese extraño la amase.