Escondite es búsqueda. Búsqueda de la inadvertencia ante semejante lluvia. Caen planetas como ídolos sobre charcos ocultando grúas.
El compromiso es para los suicidas. Las grandes creaciones cuestan la vida porque valen la existencia y la intriga.
Destruir es ir a la caza. La pericia de los siglos resumida a más plomo en la herida. El trofeo como amnistía de la vergüenza.
La huida siempre es reveladora. Quien se apresura en la codicia pierde el don, la oportunidad, la inocencia de quien aspira a seguir jugando, oculto tras su hora, a la espera del momento para salvarlos.
No preguntes por qué, pero me cuesta, me duele cerrar cualquier libro por su verdad final. Me exaspera la finitud sabida de cualquier gran historia, el veinte por ciento abierto o cerrado de par en par. A veces creo que he nacido para mirar al vértigo a los ojos.
Casi sin darme cuenta, estoy empezando a rechazar moralmente a aquellos que consideran que el reloj marca las dos. En realidad, nunca son las dos. Los rechazo como seres inconscientes, aduladores de la banalidad y cíclicamente hipócritas, a conveniencia periódica.
Los hay que no pueden dejar de fumar, los hay alcohólicos y cada siete días, los hay adictos a la coca, a la heroína, a la próxima forma de evadir o alucinar.
La memoria está poblada a bocajarro. Como aquel vietnamita, como aquel 2 de mayo. Dos formas de enfrentarse, solicitar la certeza del terror: “¡No me mates!”, “¡Mátame!”; dos formas de despedirse, expulsar un ayer definitivo.
Hay quienes cobran la baja mientras trabajan, y quienes trabajan pero nunca cobrarán paro. Hay quienes se dan de alta y no trabajan y quienes son pobres y/o trabajan y/o como esclavos y/o sin contrato.