Una ciudad habitada por tantos sujetos abiertos, a veces, omitidos a un párrafo.
La casa es una casa si se usa como casa. Si no, es un edificio, un desahucio, una estafa al arquitecto, al vendedor de cemento, al que coloca los ladrillos. Un museo sin importancia.
Yo no es el espejo de yo mismo. Tú siempre serás distancia. Él, irremediablemente ajeno. Nosotros, el refugio. Vosotros, vecindad del enemigo. Ellos, mafia inagotable.
La frontera son alambres de miedo filtrando el acento de quien no es mesurable por los números de su atuendo.
Yo: soy un hermano del término. Innecesario se dice. Se define a un extremo del significado. Yo como metáfora del margen.
Amor: centro de mi vocabulario, Sol de mi sistema sintáctico, ortografía de mis labios.
Contigo, poeta es más sinónimo, yo significo espejo.
“Disculpe señor ministro pero es usted un cabrón”.
La sala parecía estar de acuerdo, hasta el mismísimo presidente callaba a favor. “Lo es”, empezó a decir, “ministro esperanzador. Es usted sin duda un gran cabrón, si no el mejor”.
Ahora tienes que decirlo, bien alto y bien claro. Decirlo bien, nada de susurros de altavoz descabezado. Como tú sabes. Ya saben de lo que eres capaz cuando te escondes.
Al acertar es imposible escoger lo heredado, señalar el amor que nos viene encontrado. Cuántos dedos son, sin haberlos tocado, meses que el mar deshizo en naufragios.