Ayer queda tan lejos 
como su sombra, 
como cualquier sombra pasada 
de luz intocable. 
Este miedo constante 
mantiene alerta la carne, 
de puntillas la inocencia 
tras la mirilla 
del horizonte. 
Ahora es tarde. 
Amor. 
Son los ríos 
cuando llegan al mar como afluentes 
subterráneos. 
El aire nos despega 
los años del cuerpo, 
ancla los pasos al fondo, 
hace de velcro los terráqueos inviernos 
cuando cualquier suave brisa 
no es suficiente. 
Los perfiles del viento 
mecen las hojas al tacto 
de su sombra 
y las eleva 
las conserva intactas 
las sombras 
eternas, del limonero ausente. 
Casi sin darme cuenta, estoy empezando a rechazar moralmente a aquellos que consideran que el reloj marca las dos. En realidad, nunca son las dos. Los rechazo como seres inconscientes, aduladores de la banalidad y cíclicamente hipócritas, a conveniencia periódica.
Llueve a cántaros. 
La piel es como un cristal. 
Vida en cascada. 
Paisaje y compañía 
dispersos en la memoria. 
El rastro de las caricias sobre 
el vaho de lo inconfesable. 
Los hay que no pueden dejar de fumar, 
los hay alcohólicos y cada siete días, 
los hay adictos a la coca, a la heroína, 
a la próxima forma de evadir o alucinar. 
No preguntes por qué, pero me cuesta, me duele 
cerrar cualquier libro por su verdad final. 
Me exaspera la finitud sabida de cualquier gran historia, 
el veinte por ciento abierto o cerrado de par en par. 
A veces creo que he nacido para mirar al vértigo a los ojos. 
Ni es 
blanco, negro 
erróneo, eficaz 
propio, ajeno 
mudo, locuaz 
esfuerzo, recreo 
ciego, perspicaz 
pulcro, obsceno 
no es
el amor 
núcleo del ser, 
todo lo demás 
El ángel ya no me mira 
a los ojos a la cara. 
El ángel utiliza cola blanca 
para sus plumas gallináceas para vuelo. 
Ya sé lo que me pasa.
Hube de mutilar ciertas rutinas 
(ruinas) 
excavarme el torácico sueño 
(suelto) 
pero ya lo sé y no hay distancia 
que lo niegue. 
Ya sé qué soy. Y tantas otras. 
Somos diferentes.
La memoria está poblada 
a bocajarro. Como aquel 
vietnamita, como aquel 2 de mayo. 
Dos formas de enfrentarse, 
solicitar la certeza del terror: 
“¡No me mates!”, “¡Mátame!”; 
dos formas de despedirse, 
expulsar un ayer definitivo.