El amor y la tierra, de Gabriel Celaya | Poema

    Poema en español
    El amor y la tierra

    El amor y la tierra se abrazan sollozando, 
    y la arcilla y el ansia, y el hombre nuevo nace. 
    —¿De dónde vienes, dime; di, amigo, adónde vienes? 
    (Unos pájaros largos volaban sobre el llano). 

    —¿De dónde vienes, dime? 
    —De un ansia atormentada, 
    de vidas que prometen, y duelen, y no brotan, 
    con un paso cansado y un peso resignado 
    a reposar tranquilo en tu oscuro silencio. 

    Tierra, no palpites, guárdame en tu tumba. 
    Traigo los labios blancos de avidez y de espanto. 
    Mi dolor es tan grande como aquella esperanza 
    que me dio tanto amor y hoy me pesa tan hondo. 

    Creía que unos brazos en cruz abren los mares, 
    que unos ojos dan luz al cielo estremecido, 
    que unos labios que tiemblan pronuncian ya palabras. 
    Creía que las cosas nacen sólo del ansia. 

    Ahora vengo cansado, dulcísimo y sumiso, 
    con un peso de gritos que no han podido huir, 
    y te encuentro a ti, tierra, y en tu oscuro latido 
    perpetúo la angustia que heredé de tus muertos. 

    El amor y la tierra se abrazaban convulsos; 
    se abrazaban las ansias palpitantes e informes 
    y la tierra que sube mojada, espesa y fría 
    y abandona en mi cuerpo su eternidad sin alma: 

    su yerta eternidad de extensión desolada, 
    de cielo en desvarío que no encuentra sus nubes, 
    de una luz que se sufre como muerte desnuda 
    que despoja de gritos y sueños confundidos. 

    —¿De dónde vienes, dime; amigo, adónde vienes? 
    —De una vida que duele porque ignora sus gritos 
    vengo a tu muerte, tierra, de eternidad dormida; 
    de un correr detenido a lo inmóvil que vibra. 

    Mis brazos se han abierto con deseo de alas 
    y hoy abrazan la tierra, cuna y tumba del ansia. 
    Un hombre nuevo nace sobre otros hombres muertos. 
    Hombres muertos descansan bajo el hombre que nace. 

    Voy por el mundo y canto. Voy por el mundo y lloro. 
    De tanto como amo no comprendo las cosas: 
    esta vida voraz que me espanta y me llama, 
    me da dolor y rabia, y me aterra, y me absorbe. 

    Tierra, guárdame contigo, con tu muerte caliente, 
    con tu sueño materno de gritos sofocados; 
    que un puñado de barro me tapone esta boca 
    que se abre y se abre, y no encuentra su grito. 

    • Como si todo estuviera de nuevo comenzando 
      puesto que el dios sólo existe en tanto que instantáneo, 
      fulgurante, terrible y ¡ah!, por eso no se dice 
      ni puede repetirse 
      -¡tanto si bien se mira se parece a la muerte!-, 

    • Nosotros somos quien somos. 
      ¡Basta de Historia y de cuentos! 
      ¡Allá los muertos! Que entierren como Dios manda a sus muertos. 

      Ni vivimos del pasado, 
      ni damos cuerda al recuerdo. 
      Somos, turbia y fresca, un agua que atropella sus comienzos. 

    • Nosotros desapareceremos y las cosas-cosas subsistirán. A 
      fin de cuentas, los sistemas atómicos de la silla en que me 
      siento y de la copa en que bebo son más estables - es decir, 
      más inmortales - que yo. 

    • Cuando llueve, y reviso mis papeles, y acabo 
      tirando todo al fuego: poemas incompletos, 
      pagarés no pagados, cartas de amigos muertos, 
      fotografías, besos guardados en un libro, 
      renuncio al peso muerto de mi terco pasado, 

    • Función de Uno - Equis - Ene: 
      Uno es Ene menos alguien; 
      Ene, el Uno colectivo; 
      Equis, el orden sin nadie. 
      Planteamiento en Uno 
      Aparecer. Y gritar. 
      Ser deslumbrante un momento. 
      Quemarse en el entusiasmo. 
      Y luego, escuchar el eco. 

    banner cuadrado de Audible
    banner horizontal de Audible