Era una casa grande, vacía, llena de ecos, con veinte ventanales abiertos hacia el mar. Y el mar sonaba triste contra el acantilado como el destino sueña y acaba por matar. Era una casa rara porque nada pasaba y siempre parecía que algo iba a pasar. Era una casa loca como aquella en que, niño, según ahora me explican, nunca llegué a vivir, pero que yo recorro, sabiendo los secretos de sus cien corredores y sus puertas ocultas, sus vueltas y revueltas, sus cámaras cargadas de perfumes pesados y de un pasado horror que todas las ventanas abiertas hacia un mar de luz y de aventura, y disponibilidad, no barren con su brisa, ni liberan del ¡ay! Era una casa antigua. Y triste sin razón. Allí viví de niño, y allí vivo de veras por mucho que me nieguen. Y así, ciego, atravieso los pasillos sin fin y las salas vacías, y esas puertas que empujo para abrir otras salas, todas ricas, lujosas, con sus tapicerías, relojes, porcelanas, cortinas y recuerdos. Todas eran iguales, repetidas, abiertas, la rosa y la morada, la del león de oro, la del abuelo Juan… ¿En qué se distinguían? Yo abría puertas, puertas, buscando una salida, lloraba algunas veces sin saber bien por qué, y huía como un ciervo frente a aquella doncella que me decía amable: «¿Qué quiere el señorito?» Huir, huir, mi vida sólo ha sido una huida sin saber hacia dónde y sin saber por qué. Huir de aquella casa donde viví de niño, aunque según me dicen nunca viví de veras. No es un sueño. No. Veo oculto y real a ese niño que mira con ojos espantados detrás de una ventana, la mar, el mar, la mar.
¡Qué extraño es verme aquí sentado, y cerrar los ojos, y abrirlos, y mirar, y oír como una lejana catarata que la vida se derrumba, y cerrar los ojos, y abrirlos, y mirar!
Cuando llueve, y reviso mis papeles, y acabo tirando todo al fuego: poemas incompletos, pagarés no pagados, cartas de amigos muertos, fotografías, besos guardados en un libro, renuncio al peso muerto de mi terco pasado,
Las máquinas nos mascan con dientes igualitos y salen aeroplanos, gramolas, ascensores... ; del sudor y la sangre, un mundo limpio y nuevo. (Y a veces instantáneos palacios de luz loca donde los millonarios gastan todos sus ceros.)
Nosotros desapareceremos y las cosas-cosas subsistirán. A fin de cuentas, los sistemas atómicos de la silla en que me siento y de la copa en que bebo son más estables - es decir, más inmortales - que yo.
Función de Uno - Equis - Ene: Uno es Ene menos alguien; Ene, el Uno colectivo; Equis, el orden sin nadie. Planteamiento en Uno Aparecer. Y gritar. Ser deslumbrante un momento. Quemarse en el entusiasmo. Y luego, escuchar el eco.