Dame la mano, de Gabriela Mistral | Poema

Anda libre en el surco, bate el ala en el viento, 
late vivo en el sol y se prende al pinar. 
No te vale olvidarlo como al mal pensamiento: 
¡lo tendrás que escuchar! 

Ojitos de las estrellas 
abiertos en un oscuro 
terciopelo: de lo alto, 
¿me veis puro? 

Ojitos de las estrellas, 
prendidos en el sereno 
cielo, decid: desde arriba, 
¿me veis bueno? 

I
 
Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.
 
Te acostaré en la tierra soleada con una

Yo no quiero que a mi niña 
golondrina me la vuelvan; 
se hunde volando en el Cielo 
y no baja hasta mi estera; 
en el alero hace el nido 
y mis manos no la peinan. 
Yo no quiero que a mi niña 
golondrina me la vuelvan. 

Si tú me miras, yo me vuelvo hermosa 
como la hierba a que bajó el rocío, 
y desconocerán mi faz gloriosa 
las altas cañas cuando baje al río. 

Corderito mío, 
suavidad callada: 
mi pecho es tu gruta 
de musgo afelpada. 

Tú no oprimas mis manos. 
Llegará el duradero 
tiempo de reposar con mucho polvo 
y sombra en los entretejidos dedos. 

Y dirías: «No puedo 
amarla, porque ya se desgranaron 
como mieses sus dedos». 

Ya en la mitad de mis días espigo 
esta verdad con frescura de flor: 
la vida es oro y dulzura de trigo, 
es breve el odio e inmenso el amor.