Intermezzo lírico, de Heinrich Heine | Poema

    Poema en español
    Intermezzo lírico

    Érase un caballero macilento, 
    Trémulo, triste, silencioso y lento, 
    Que vagaba al acaso, 
    con inseguro paso, 
    Siempre en hondos ensueños sumergido, 
    Tan desairado y zurdo y distraído, 
    Que susurraban flores y doncellas 
    Al pasar, vacilante, junto a ellas. 

    Huyendo de los hombres a menudo, 
    El lugar más recóndito escogía 
    De la casa, y allí, anhelante y mudo, 
    En la sombra los brazos extendía. - 
    ¡Media noche sonó!... Rara armonía 
    Y voces peregrinas se escucharon 
    Entre la vaga bruma, 
    Y a la puerta, quedísimo, tocaron. 

    Con furtiva pisada, 
    Su visión adorada 
    Entra vestida de sonante espuma, 
    Y como fresca rosa, 
    La divinal hermosa 
    Brilla, encanta y perfuma. 
    Cúbrela tenue velo 
    De vaporosas joyas adornado, 
    Y la áurea cabellera en rizos suelta, 
    En ondas baña su figura esbelta; 
    Brillan sus ojos con la luz del cielo. 
    Y en brazos uno de otro, al par lanzados, 
    Se acarician los enamorados. 

    Contra el amante pecho, 
    Con fuerza apasionada, 
    La oprime el caballero en lazo estrecho; 
    Y el soñador despierta, 
    Y la nieve se torna en llamarada, 
    Y el pálido enrojece, y se convierte 
    El temeroso en atrevido y fuerte. 
    Mas ella, con engaño femenino 
    Y sin igual destreza, 
    Con el brillante velo diamantino 
    Le envuelve, sin sentirlo, la cabeza. 

    Encantado al instante 
    Se encuentra el caballero en un radiante 
    Palacio de cristal, bajo la linfa 
    De una tersa laguna sepultado. 
    Absorto y deslumbrado 
    Queda ante brillo tanto, mas la ninfa 
    Del onda habitadora 
    En sus brazos lo estrecha, lo enamora, 
    Y en tanto, sus doncellas 
    A la cítara arrancan notas bellas. 

    Y de modo tan dulce y lisonjero 
    Cantan y tocan, que los pies se lanzan 
    Al baile embriagador, y alegres danzan; 
    Y siente el caballero 
    Que, ya desvanecidos, 
    Amenazan dejarle sus sentidos; 
    Y a la ondina se enlaza 
    Y estrechamente en su ansiedad la abraza. 
    Más, de pronto se extingue 
    La viva luz... ¡Oscuridad completa!... 
    ¡Y a hallarse vuelve, solitario y triste, 
    En su guardilla mísera el poeta!