L’intermezzo, de Heinrich Heine | Poema

    Poema en español
    L’intermezzo

    Preludio 



    Es en el antiguo bosque, 
    Es en la selva encantada; 
    Se respira, el grato aroma 
    Que la flor del tilo exhala, 
    Y fulgor maravilloso 
    De la luna solitaria, 
    Mi corazón va llenando 
    De delicias olvidadas. 
    Andando voy, y a mi paso 
    El aire rompe su calma: 
    Es el ruiseñor que amores 
    Y penas de amores canta. 
    Canta el amor y sus penas, 
    Sus delicias y sus lágrimas; 
    Y llora tan tristemente, 
    Gime con dulzura tanta, 
    Que mil sueños olvidados, 
    En mí mente se levantan. 
    Sigo andando, y en un claro 
    De la selva abandonada, 
    Ante mí miro un castillo 
    Que alza sus viejas murallas. 
    Cerradas miré las rejas, 
    Todo era tristeza y calma; 
    Creí que tras de los muros 

    Sólo la muerte habitaba. 
    Vi una esfinge misteriosa 
    Ante la puerta parada, 
    Cuyo aspecto a un tiempo mismo 
    Atraía y espantaba: 
    De león era su cuerpo, 
    De león eran sus garras, 
    Y de mujer su cabeza, 
    Sus flancos y sus espaldas. 
    ¡Una hermosa prometía 
    Deleites con su mirada; 
    De sus labios arqueados, 
    En la sonrisa, vagaban 
    Promesas halagadoras, 
    Misteriosas esperanzas. 
    ¡El ruiseñor en el bosque 
    Tan dulcemente cantaba! 
    Resistir no me fue dado, 
    Y desde que en hora infausta 
    Sellé con un beso ardiente 
    Aquella boca de lava, 
    Por un encanto invisible 
    Miré sujeta mi alma. 
    Viva tornose de pronto 
    Aquella marmórea estatua: 
    Suspiros, tiernos suspiros 
    De su pecho se escapaban, 
    Y con sed devoradora, 
    Anhelante, apresurada, 
    Bebió de mi ardiente beso 

    La devastadora llama. 
    Vi que hasta el último soplo, 
    De mi vida ella aspiraba, 
    Y que jadeante de goces, 
    Entre sus robustas garras 
    Mi pobre cuerpo cansado 
    Oprimía y desgarraba. 
    ¡Goce y placer infinitos! 
    ¡Dulce angustia! ¡Dicha amarga! 
    Mientras que de aquella boca 
    Los besos me embriagaban, 
    Sus duras unas mi cuerpo 
    Sembraban de rojas llagas. 
    -«¡Oh bella esfinge! ¡oh amor! 
    -El ruiseñor lejos canta. 
    -¿Por qué, di tantos dolores 
    A nuestras dichas enlazas?» 
    Revélame el triste enigma, 
    ¡Amor! ¡esfinge adorada! 
    Que hace muchos, muchos siglos 
    Que en ellos piensa mi alma!»- 



       I 


    En mayo, cuando los gérmenes 
    Revientan de vida llenos, 
    Cuando brotan las semillas, 
    Brotó el amar en mi pecho. 
    En mayo, cuando las aves 
    Entonan sus cantos bellos, 
    Confesé a mi dulce amada 
    Mi pasión y mis deseos. 



       II 


    Mis lágrimas se truecan 
    En perfumadas flores, 
    Se tornan mis suspiros 
    Canoros ruiseñores; 
    Las flores, si me quieres, 
    Te entregarán su cáliz perfumado, 
    Y dejará escuchar ante tus rejas, 
    El ruiseñor su canto enamorado. 



       III 


    Aves y luces y flores 
    Otras veces amé yo; 
    Tú eres hoy mi amor tan solo, 
    Niña de mi dulce amor; 
    Tú, que eres a un mismo tiempo 
    Para mi ardiente pasión 
    La estrella, y el blanco lirio, 
    Y la paloma, y la flor. 



       IV 


    Olvido mis sinsabores 
    Cuando contemplo tus ojos, 
    Y embriagado de amores, 
    Al besar tus labios rojos 
    Cesan todos mis dolores. 
    Si en tu seno me reclino, 
    Me embarga goce divino; 
    Mas ¡ay! si dices «te amo,» 
    La frente en silencio inclino 
    Y amargo llanto derramo. 



       V 


    Ven y apoya tu semblante 
    Sobre mi semblante yerto, 
    Para que en una se fundan 
    Las lágrimas que vertemos. 
    Tu corazón contra el mío 
    Aprieta en abrazo estrecho, 
    Para que abrasarlos pueda 
    La llama de un solo fuego. 
    Y cuando de nuestro llanto 
    Corra el torrente deshecho 
    Sobre la llama que ardiente 
    Va nuestro ser consumiendo; 
    Y cuando ciña mi brazo 
    Tu talle leve y esbelto, 
    En un trasporte de dicha 
    Espiraré satisfecho. 



       VI 


    Quisiera que mi alma amante 
    Guardara de un blanco lirio 
    La corola perfumada, 
    Y que la flor anhelante 
    Entonara en su delirio 
    Una canción a mi amada. 
    Temblar la canción debía 
    Y en círculos palpitantes 
    Agitarse misteriosa 
    Como el bezo de ambrosía 
    Que en horas ¡ay! ya distantes 
    Me dio su boca de rosa. 



       VII 


    Siglo tras siglo, en la altura 
    Inmóviles las estrellas, 
    Al llegar la noche oscura 
    Se miran tristes y bellas 
    Con amorosa dulzura. 
    Su lenguaje luminoso 
    Por el espacio se extiende, 
    En el nocturno reposo, 
    Mas ningún sabio comprende 
    Su lenguaje misterioso. 
    Yo entiendo su voz callada 
    Y siempre la entenderé, 
    Que en el rostro de mi amada 
    Y en la luz de su mirada 
    Mi diccionario encontré. 



       VIII 


    Yo te llevaré, bien mío, 
    Sobre el ala de mis cantos, 
    Te llevaré hasta las frescas 
    Márgenes del Ganges sacro; 
    Que allí conozco un retiro 
    Misterioso y solitario. 
    Un jardín allí florece, 
    Un jardín abandonado, 
    De la luna misteriosa 
    Bajo los serenos rayos; 
    Y en él, las flores del loto 
    Su hermana están esperando 
    Ríen allí los jacintos 
    Y contemplan a los astros, 
    Y al oído se refieren 
    Las blancas rosas, en tanto, 
    Murmuraciones gozosas 
    Y sucesos perfumados. 
    Las inocentes gacelas, 
    Por escuchar sus relatos, 
    Se van con ligera planta 
    Hasta el jardín acercando, 
    Y en los azules confines 
    Del horizonte lejano 
    Solemnes ruedan las aguas 
    Del turbio río sagrado. 
    Allí, bajo las palmeras, 
    Detendremos nuestros pasos, 
    Y su sombra misteriosa 
    Llevará hasta nuestros párpados 
    Sueños de calma inefable 
    Y de celestial encanto. 



       IX 


    Soportar no puede el loto 
    Del sol los claros fulgores, 
    Y con la frente inclinada 
    Soñando espera la noche. 
    La luna, que es su adorada 
    Lo despierta con sus rayos, 
    Y él descubre ante sus besos 
    Su semblante perfumado. 
    Y la mira y se enrojece, 
    Y se eleva ante la brisa, 
    Y llora y gime de amores 
    Agonizante de dicha. 



       X 


    Por las ondas retratada 
    Del Rhin, que la ciñe amante, 
    Se alza la torre elevada, 
    De la catedral gigante 
    De Colonia la sagrada. 
    Dentro del templo sagrado 
    Y sobre cuero dorado 
    Hay pintada una figura: 
    Ella mi existencia oscura 
    De fulgores ha llenado. 
    Entre ángeles y entre flores 
    Sonríen sus labios rojos, 
    Y sus ojos seductores 
    Son iguales a los ojos 
    Del ángel de mis amores. 



       XI 


    No me quieres, no me quieres, 
    Y no lloro tu desdén; 
    Mientras yo vea tus ojos 
    Más feliz que un rey seré. 
    Que me aborreces me dicen 
    Tus rojos labios, ¡mi bien! 
    Déjame besar tus labios 
    Y así me consolaré. 



       XII 


    ¡Oh! no jures y abrázame tan sólo; 
    No creo en juramentos de mujeres. 
    Dulce es tu voz, ¡mi bien! pero es más dulce 
    El beso que arrebato a tus desdenes. 
    Yo te poseo, y juzgo las promesas 
    Soplo vano que el viento desvanece. 
    Yo creo en tus palabras de consuelo; 
    ¡Oh! jura, amada mía, jura siempre; 
    Yo me juzgo dichoso al reclinarme 
    Sobre tu seno de animada nieve; 
    Yo creo, luz de la existencia mía, 
    Que me amará tu pecho eternamente, 
    Y todavía aun más, si el pensamiento, 
    Algo más que lo eterno soñar puede. 



       XIII 


    Sobre los ojos de mi bien amada, 
    ¡Cuántos hermosos cantos he escrito! 
    ¡Cuánto terceto dulce 
    Hice a la boca de mi bien querido! 
    ¡Y qué canción tan tierna y tan hermosa, 
    Qué espléndido soneto 
    A su infiel corazón escrito hubiera, 
    Si un corazón guardara allá en su pecho 
    Si un corazón allá en su pecho tuviera 
    Si ella en su pecho guardara mi corazón. 



       XIV 


    Cada día es el mundo más absurdo. 
    ¡Es estúpido el mundo! ¡el mundo es necio! 
    De ti dice, pequeña hermosa mía, 
    Que es irascible y desigual tu genio. 
    Peor a cada instante te conoce; 
    ¡Es estúpido el mundo! ¡el mundo es necio! 
    No sabe cómo enervan tus abrazos 
    Y cómo abrasan tus ardientes besos. 



       XV 


    Preciso es que tú hoy al fin me lo confieses. 
    ¿Eres acaso tú vano delirio, 
    Sueño que del cerebro del poeta 
    Nace en las tardes del ardiente estío? 
    Pero no, que una boca tan riente, 
    Que miradas tan dulces y tan tiernas, 
    Que un sér tan cariñoso, un ser tan bello, 
    Jamás pudo crearlos el poeta. 
    Basílicas, dragones y vampiros, 
    Endriagos y animales fabulosos, 
    Del poeta la ardiente fantasía 
    Deshacer y crear puede a su antojo. 
    Pero tú y tu malicia encantadora, 
    Y tu cara riente y hechicera, 
    Y tus dulces y pérfidas miradas 
    Jamás pudo crearlas el poeta. 



       XVI 


    En todo el esplendor de su hermosura 
    Como Venus saliendo de las ondas, 
    Brilla hoy mi amada en toda su belleza, 
    Celébranse hoy sus bodas. 
    ¡Paciente corazón! ¡corazón mío!... 
    No le guardes rencor por sus traiciones; 
    ¡Sufre y perdona a tu adorada loca, 
    Tus horribles dolores! 



       XVII 


    Rencor yo no te guardo, 
    Aunque mi pecho herido se desgarra. 
    ¡Mi dulce amor perdido para siempre! 
    El tocado nupcial hoy te engalana, 
    Pero ni un solo rayo de tus joyas 
    Ilumina la noche de tu alma. 
    Lo sé hace mucho tiempo; 
    Yo te he visto flotar en mis delirios; 
    El fondo vi de tu alma, vi los áspides. 
    Que allí serpean con ardor sombrío, 
    Y cómo tú en el fondo desdichada 
    Eres también, amada mía, he visto. 



       XVIII 


    Si tú eres desdichada, y te perdono, 
    ¡Ambos debemos ser desventurados! 
    ¡Hasta que al fin la muerte nos sorprenda. 
    Debemos ser desventurados ambos! 
    Veo la mofa, que voltea alegre 
    En torno de tus labios; 
    Veo el brillo insolente de tus ojos; 
    Veo el orgullo hinchando 
    Tu seno, y «miserable, miserable 
    Eres cual yo» me digo sin embargo. 
    Tus labios mueve sufrimiento oculto: 
    Duerme una amarga lágrima en tus párpados 
    Y en quejas tristes de secreta pena 
    Está tu seno altivo rebosando: 
    ¡Amada de mi vida, 
    Los dos debemos ser desventurados! 



       XIX 


    ¿Acaso ya has olvidado 
    Que fue mío en otro tiempo 
    Tu pequeño corazón? 
    Tan bello y falso, que nada 
    Ni más falso ni más bello 
    Nunca en el mundo existió. 
    ¿Acaso ya has olvidado 
    Cuando a la par mi existencia 
    Minaban pena y amor? 
    No sé decir si más grande 
    Era el amor o la pena; 
    Sé que eran grandes los dos. 



       XX 


    Si supieran las flores 
    Cuán triste y lacerado 
    Está mi corazón, derramarían 
    De sus perfumes, en mi herida, el bálsamo. 
    Si supieran las aves 
    Cuán triste y cuán enfermo 
    Estoy, alegres cantos 
    Dieran, por distraer mi pena, al viento. 
    Si las estrellas de oro 
    Conocieran mi pena, 
    El cielo dejarían y a prestarme 
    Consuelos de fulgores descendieran. 
    Pero ¡ay! que nadie puede 
    Conocer mi quebranto; 
    Ella sólo lo sabe, 
    Ella, que el corazón me ha destrozado. 



       XXI 


    ¿Por qué, dí, me dijiste, están las rosas 
    Tan pálidas? ¿Por qué? 
    ¿Por qué en el verde césped las violetas 
    Tan marchitas se ven? 
    ¿Por qué en el aire canta 
    Con voz tan melancólica la alondra? 
    ¿Por qué los bosquecillos de jazmines 
    Dan a las brisas funerario aroma? 
    ¿Por qué con luz tan triste y tan helada 
    El sol el prado alumbra? 
    ¿Por qué la tierra toda 
    Sombría y gris está como una tumba? 
    ¿Por qué estoy yo tan triste y tan enfermo? 
    Amada de mi vida, dímelo. 
    Oh, díme, sí, ¿por qué me abandonaste, 
    Amada de mi ardiente corazón? 



       XXII 


    ¡Cuánto aumentaron mi pesada cuenta 
    Con sus quejas, mi amor! 
    Mas lo que abruma en realidad mi alma 
    No te lo han dicho, no. 
    Ante tí la cabeza sacudieron 
    Con aire grave y docto, 
    Y me llamaron «diablo» en tu presencia 
    Y lo creíste todo. 
    Y con todo, ¡mi bien! lo más amargo, 
    Eso no te lo han dicho; 
    Lo peor, lo más necio, lo más triste, 
    Está en mi corazón bien escondido. 



       XXIII 


    Los tilos florecían 
    Cantaba el ruiseñor; 
    Reía en el espacio 
    Alegre el claro sol; 
    Tu brazo contemplaba 
    Ceñido en torno mío, 
    Y alegre me estrechaste contra el pecho, 
    Por el amor y la ventura henchido. 
    Caían ya las hojas; 
    Crecían los arroyos; 
    El sol nos contemplaba 
    Con apagados ojos, 
    Helados nuestros labios 
    Un frío «adiós» dijeron, 
    Y tú me hiciste con gentil finura 
    El más ceremonioso cumplimiento. 



       XXIV 


    Mucho, mí bien, nos hemos adorado, 
    Y con todo, jamás nos ofendimos. 
    Siendo niños, hermosa, cuántas veces 
    A la mujer jugamos y al marido, 
    Y nunca. sin embargo, en nuestros juegos 
    Quedamos disgustados ni aburridos. 
    Más tarde, en los azares de la vida 
    Hemos gozado juntos y reído, 
    Y tiernos besos como en otros días 
    Sellaron a la par nuestro cariño. 
    Por último, el recuerdo despertando 
    De la niñez dichosa, que perdimos 
    Jugando al escondite, las praderas 
    Y la selva y el bosque hemos corrido, 
    Y escondernos supimos de tal modo 
    Que nunca hemos de hallarnos, dueño mío. 



       XXV 


    Fuiste fiel a mi amor; por mucho tiempo 
    Interés inspiráronte mis penas, 
    Y amante, consolaste y asististe 
    Mi dolor y mi angustia y mis miserias. 
    Tú me diste manjares y bebidas; 
    Tú llenaste mi bolsa de dinero, 
    Y ropa y pasaporte para el viaje 
    Me preparaste con celoso anhelo. 
    ¡Amor mío! que Dios por muchos años 
    Te preserve del frío y del calor, 
    «Y que nunca del bien que tú me has hecho 
    Te recompense Dios.» 



       XXVI 


    Mientras yo mi regreso retardaba 
    En tierra extraña delirando loco, 
    Parecióle a mi bien larga la espera, 
    Mandóse preparar nupcial adorno, 
    Y el arco amante de sus lindos brazos 
    Al más necio tendió de los esposos. 
    ¡Es mi amada tan dulce y tan hermosa! 
    Aun su imagen fulgura ante mis ojos; 
    De los suyos, las frescas violetas, 
    Las rosas inmarchitas de su rostro, 
    Y el lirio de su frente inmaculada 
    Florecientes se ven el año todo. 
    Creer que pude alejarme yo del lado 
    De ser tan celestial y tan hermoso; 
    Creer que alejarme pude, fue el más grande 
    Y necio error de mis errores todos. 



       XXVII 


    Ángel de mis amores, cuando duermas, 
    En la fosa sombría, 
    Yo bajaré a tu lado, y en tu tumba 
    Me clavaré en silencio de rodillas. 
    Con fuerte abrazo te sujeto, loco; 
    Tú estás muda y helada; 
    Gemidos palpitantes y suspiros 
    En confuso rumor mí pecho exhala. 
    Es media noche: en grupos pavorosos, 
    Los muertos van danzando; 
    Sólo en el fondo de la tumba helada 
    Nosotros quedaremos abrazados. 
    Y cuando llame la eternal trompeta 
    Los muertos al tormento o a la dicha, 
    Nosotros en la tumba quedaremos 
    Para siempre abrazados vida mía. 



       XXVIII 


    Un pino se alza en la cumbre 
    De un monte del Norte helado. 
    Sueña; la nieve y el hielo 
    Lo envuelven con su sudario. 
    Sueña con una palmera 
    Que en el Oriente lejano, 
    Se alza solitaria y triste 
    Sobre un peñón abrasado. 



       XXIX 


    -¡Ay! si yo fuese -la cabeza dice-El 
    escabel tan sólo de tus plantas, 
    Me hollarían tus pies, y de mis labios 
    Ni una queja tan sólo se escapara. 
    -¡Ah! -dice el corazón- si el acerico 
    Fuese yo donde clava sus agujas, 
    Sangre me arrancarían sus punzadas, 
    Y tal dolor juzgara yo ventura. 
    -¡Ah! si el roto papel -la canción dice-Fuera 
    yo con el cual sus trenzas riza, 
    ¡Cuán quedo, en sus oídos murmurara 
    Cuanto vive en mi sér y en mí respira! 



       XXX 


    De mi labio huyó la risa. 
    A la par que ella de mí; 
    A mi lado llueven chistes, 
    Pero no puedo reír. 
    Tampoco el llanto a mi pecho 
    Consuelo le presta ya; 
    Mi corazón se desgarra, 
    Pero no puedo llorar. 



       XXXI 


    De mis penas voy formando 
    Mil canciones, que agitando 
    Su bello plumaje de oro, 
    Al corazón van volando 
    De la que sufriendo adoro. 
    Y después que allí han llegado, 
    Tristes vuelven a mi lado 
    Y se aumenta mi aflicción, 
    Y no dicen qué han hallado 
    Dentro de su corazón. 



       XXXII 


    Olvidar jamás yo puedo 
    Mi amor, mi dulce adorada, 
    Que fueron en otros días 
    Míos tu cuerpo y tu alma. 
    Yo aun quisiera de tu cuerpo 
    La esbeltez encantadora 
    Poseer; pero tu alma, 
    Tu alma, niña, es otra cosa; 
    Que la entierren si les place... 
    ¡Me basta la mía sola! 
    Mi alma, ¡amor de mis amores! 
    Que yo en dos partir deseo, 
    Infiltrar media en tus venas, 
    Y unirme a ti en lazo eterno, 
    Para formar para siempre 
    Un todo de alma y de cuerpo. 



       XXXIII 


    Gentes endomingadas se pasean, 
    Por bosques y por prados, 
    Con gritos de alegría y con cabriolas 
    La natura esplendente saludando. 
    Miran con dulces ojos la romántica 
    Flora que nace, los verdores nuevos; 
    Van del gorrión la lenta melodía 
    En sus largas orejas absorbiendo 
    Yo en tanto, triste, en mi ventana corro 
    Cortinaje sombrío; 
    Me vale en pleno día una visita 
    De mis espectros ¡ay! siempre queridos. 
    Mi muerte amor también al cabo llega; 
    Viene del reino en que la sombra vaga, 
    A mi lado se sienta, y en silencio 
    Mi pecho traspasando van sus lágrimas. 



       XXXIV 


    Imágenes venturosas 
    De los tiempos de mi dicha 
    Salen de la tumba, y veo 
    Cuál fue, junto a ti, mi vida. 
    Soñando yo por las calles 
    Vagaba durante el día; 
    Con lástima y con espanto 
    Los vecinos me veían. 
    ¡Tan demacrado y tan triste 
    Mi semblante aparecía! 
    Era mejor por la noche, 
    Desiertas las calles frías, 
    Errábamos yo y mi sombra 
    En callada compañía. 
    Con paso sonante el puente 
    Midiendo mis plantas iban; 
    Traspasando con sus rayos 
    Las nevadas nebecillas, 
    La luna me saludaba 
    Con seria melancolía. 
    Ante tu ventana inmóviles 
    Mis plantas se detenían, 
    Y tu ventana mirando, 
    Sangre el corazón vertía. 
    Yo sé bien que muchas noches 
    Desde tu ventana, niña, 
    Me has mirado, y que has podido 
    Ver, a la luz indecisa 
    De la alta luna, mi sombra 
    Como una columna flia. 


    XXXV 



    Un joven ama a una niña 
    Que de otro ansía el amor, 
    Pero éste se une con otra 
    En quien cifra su ilusión. 
    Con cualquiera se une entonces 
    La olvidada, en su rencor, 
    Y la pena hiere el pecho 
    Del que primero la amó. 
    Vieja historia que renace 
    Del mundo entre el ronco hervor, 
    Y que a aquel a quien sucede 
    Le destroza el corazón. 



    XXXVI 

     
    Cuando llega hasta mi oído 
    La canción ¿ay que mi amor 
    Cantaba en tiempo que ha huido, 
    Paréceme que rendido 
    Voy a morir de dolor. 
    Una aspiración oscura, 
    Del bosque triste a la altura 
    Con fuerza extraña me guía, 
    Y allí, en llanto de amargura 
    Se trueca la pena mía. 



       XXXVII 


    Soñé: era una princesa de mejillas 
    Frescas, húmedas, pálidas. 
    Bajo los verdes tilos reclinados, 
    Nuestros amantes brazos se enlazaban. 
    -El trono de tu padre no deseo, 
    Ni su cetro de oro, 
    Ni ansío su corona de diamantes: 
    Yo quiero, flor de amor, tu amor tan sólo. 
    -«No es posible, -me dijo;- de la tumba 
    Yo habito el fondo helado. 
    Sólo de noche a ti venir yo puedo, 
    Y vengo porque te amo.» 



       XXXVIII 


    ¡Eterno amor de mi vida! 
    Era una noche serena; 
    Sentados juntos estábamos 
    En una nave ligera, 
    Y cruzábamos en calma 
    Por mar tranquila é inmensa. 
    Las islas de los espíritus 
    Dibujaban sus riberas 
    Bajo la luz de la luna, 
    Que el éter cruzaba lenta; 
    Llegaban de allí las brisas 
    De dulces acordes llenas, 
    Y allí nebulosas danzas 
    Cruzaban el cielo aéreas. 
    Los misteriosos sonidos 
    Cada vez más dulces eran; 
    A cada instante la danza 
    Cruzaba más placentera, 
    Y ¡ay! sin embargo, nosotros, 
    Devorados por la pena, 
    Sin esperanza bogábamos 
    Por aquella mar inmensa. 



       XXXIX 


    Te amé, y te amo todavía, 
    Y si el mundo sucumbiera, 
    Entre su ruina ardería 
    Y hasta el cielo subiría 
    De mi amor la eterna hoguera. 



       XL 


    De la aurora a los fulgores 
    Cruzaba el jardín hermoso, 
    Cuchicheaban las flores; 
    Yo pensando en mis dolores 
    Caminaba silencioso. 
    Las flores, que murmuraban, 
    Con compasión me miraban: 
    -«No aborrezcas anhelante 
    A nuestra hermana, -gritaban,-Sombrío 
    y pálido amante.» 



       XLI 


    Mi pasión desesperada 
    Brilla en su lujo sombrío 
    Como una historia arrancada 
    Al Oriente, y relatada 
    En una noche de estío 
    Por un jardín caminaban 
    Dos amantes: no sonaban 
    Ni un rumor ni voz alguna; 
    Los ruiseñores cantaban; 
    Brillaba la casta luna. 
    Ella se paró gozosa; 
    A sus pies el caballero 
    Hundió la frente orgullosa; 
    Mas... vino el gigante fiero 
    Y huyó temblando la hermosa. 
    El doncel ensangrentado 
    Al cabo rueda sin brío; 
    El gigante se ha ocultado; 
    Enterrad mi cuerpo frío, 
    Y está el cuento terminado. 



       XLII 


    ¡Cuánto me han hecho sufrir, 
    Y llorar y padecer, 
    Las unas con su cariño, 
    Las otras con su desdén! 
    Sobre mi pan y mi copa 
    Derramaron el dolor, 
    Las unas con su del precio, 
    Las otras con su pasión. 
    Mas la que con más tormentos 
    Logró mi vida amargar, 
    Ni despreció mis amores, 
    Ni amor me tuvo jamás. 



       XLIII 


    Tu rostro, dueño adorado, 
    Besa el estío brillante 
    Con su fulgor sonrosado, 
    Y en tu pecho, palpitante 
    Está el invierno encerrado. 
    Mas tal vez, pronto, bien mío, 
    Como nada existe eterna, 
    Extenderá el hado impío 
    Sobre tu rostro el invierno, 
    Sobre tu pecho el estío. 



       XLIV 


    Cuando a dos que se idolatran, 
    Separa el destino adverso, 
    Lloran y se dan la mano, 
    Y suspiran sin consuelo. 
    No lloraron nuestros ojos, 
    Ni nuestros labios gimieron; 
    Llanto y suspiros de pena 
    Nos atormentaron luego. 



       XLV 


    Hablaban del amor, problema eterno, 
    Junto a una mesa, donde el té humeaba, 
    Haciendo de él, estética los hombres, 
    Sentimiento las damas. 
    «Siempre el amor platónico ser debe,» 
    Dijo con calma el flaco consejero; 
    La consejera suspiró al oírlo, 
    Mientras huyó un suspiro de su pecho. 
    Entre bostezos murmuró el canónigo: 
    «El amor sensüal es vil pecado 
    Que el alma pierde y la salud destroza.» 
    «¿Por qué?» pensó la joven entretanto. 
    «¡Ay! -dijo la Condesa- amor fue siempre 
    Pasión que eleva al infinito el alma.» 
    Y después al Barón, tierna y amable, 
    Con cortesía presentó una taza. 
    Aun quedaba un lugar junto a la mesa, 
    Y faltabas, bien mío, 
    Tú, que también tus sabias opiniones, 
    Tal vez, sobre el amor, hubieras dicho. 



       XLVI 


    Están envenenadas mis canciones, 
    ¿Cómo no, vida mía? 
    Tú el veneno has vertido 
    Sobre la flor hermosa de mi vida. 
    Están envenenadas mis canciones, 
    ¿Y cómo no, bien mío? 
    Serpientes mil mi corazón enlazan, 
    Y en él vas tú además, dueño querido. 



    XLVII 



    Volví a soñar bajo los altos tilos; 
    Hermosa noche estábamos, 
    Y de amor y de dicha en el exceso, 
    Fidelidad eterna nos jurábamos. 
    Seguía la promesa a la promesa 
    Entre ósculos ardientes; 
    Porque yo no olvidase un juramento, 
    Señalaste mi mano con tus dientes. 
    ¡Oh! Dulce bien de los azules ojos 
    Y blanca dentadura, 
    El juramento, a mi entender, bastaba; 
    Sobraba, a no dudar, la mordedura. 



    XLVIII 



    A la cumbre subí, y ardi6 en mi pecho 
    Sentimental locura: 
    -Si un pájaro yo fuese,-Exclamé 
    suspirando con ternura, 
    Si fuera yo la golondrina errante, 
    Hacia tí volaría, 
    Y mi pequeño nido 
    De tu ventana en la cornisa haría. 
    Hacia tí volaría niña hermosa, 
    Si fuera ruiseñor, 
    Y en la enramada oyeras 
    De noche las canciones de mi amor. 
    Y si un canario fuese, también, loco, 
    Hacia tu corazón volando fuera, 
    Que sé, mi bien, que los canarios amas, 
    Y que te alegra su canción parlera. 



       XLIX 


    Lloraba porque en sueños 
    Te contemplaba muerta; 
    Despierto al fin me ví, copioso llanto 
    Surcaba ardiente mis mejillas yertas. 
    Lloraba porque en sueños 
    Ví que me abandonabas; 
    Después de despertar, aun mucho tiempo 
    Vertí en silencio lágrimas amargas. 
    Lloraba porque en sueños 
    Miré que aun me querías; 
    Desperté, y el torrente de mis lágrimas 
    Aun corre por mis pálidas mejillas. 



       L 


    Todas las noches, en mis tristes sueños, 
    Sonriendo te miro, 
    Y caigo, amante, suspirando loco 
    Ante tus pies queridos. 
    Me miras con tristeza, sacudiendo 
    Tu cabecita rubia, 
    Y por tus ojos de tu amargo llanto 
    Corren las perlas húmedas. 
    Y me dices muy bajo una palabra, 
    Y de rosas me entregas blanco ramo, 
    Y al despertar el ramo ya no existe 
    Y la palabra aquella he olvidado. 



    LI 



    Revuelve el viento la lluvia 
    De la noche entre las sombras: 
    ¿Qué hará el ángel de mi vida? 
    ¿Qué hará mi amor a estas horas? 
    Yo la veo en su ventana 
    Llenos los ojos de llanto, 
    Sus pupilas celestiales 
    En las tinieblas clavando. 



    LII 



    La selva azota viento penetrante; 
    Muda la noche tiende su sudario; 
    En capa gris envuelto, palpitante 
    Cruzo a caballo el bosque solitario. 
    Mis locos pensamientos bulliciosos 
    A mi corcel le sirven de avanzada, 
    Y ligeros me llevan, y gozosos, 
    Hasta el rico palacio de mi amada. 
    Ladran los perros con inquieto brío; 
    Con antorchas los pajes aparecen; 
    Subo, y sobre el marmóreo graderío 
    Mis espuelas sonando se estremecen. 
    En cámara de luces adornada, 
    Entre un ambiente tibio y perfumado, 
    Mi dulce bien espera mi llegada, 
    Y entre sus brazos caigo enamorado. 
    En tanto, el viento lúgubre murmura 
    Entre las ramas de la vieja encina: 
    «¿Dónde vas, paladín de la locura? 
    ¿Dónde tu loco sueño te encamina?» 



    LIII 



    De su luciente morada 
    Se ha desprendido una estrella; 
    El astro de los amores 
    Que desciende hasta la tierra. 
    De los bosques se desprenden 
    Blancas flores y hojas secas, 
    Que arrastran regocijados 
    Los vientos en su carrera. 
    Canta el cisne en el estanque 
    Y de la arilla se aleja; 
    Calla su voz, y en las aguas 
    Su fosa líquida encuentra. 
    Huyeron hojas y flores; 
    Todo es silencio y tinieblas; 
    El astro se hundió en el polvo; 
    La voz de cisne no suena. 



    LIV 



    Un sueño me ha trasladado 
    A un castillo gigantesco, 
    Donde, entre tibios vapores 
    Y fulgores y destellos, 
    Muchedumbre abigarrada 
    Invadía con estruendo 
    El laberinto confuso 
    De ricos compartimientos. 
    Buscaba la turba pálida 
    La salida, con anhelo, 
    Retorciéndose las manos 
    Y con angustia gimiendo. 
    Se mezclaban con la turba 
    Las damas y caballeros, 
    Y yo mismo me vi pronto 
    En aquel tumulto envuelto. 
    De pronto me encontré solo, 
    Y me pregunté en silencio 
    Cómo pudo aquella turba 
    Desvanecerse tan presto. 
    Corrí; crucé desalado 
    Intrincados aposentos 
    Que a mi vista se extendían 
    En laberinto siniestro. 
    Eran cada vez mis pasos 
    Más pesados y más lentos; 
    Invadía helada, triste, 
    Fría angustia mi cerebro, 
    Y de hallar una salida 
    Ya dudaba en mi despecho. 
    Veo al fin la última puerta 
    Abrirla anhelante intento; 
    ¿Mas quién ¡oh Dios! me detiene 
    Cuando salvarme deseo? 
    Era mi amada, que estaba 
    Ante la puerta en silencio, 
    Con el suspiro en los labios 
    Y en la frente el desconsuelo: 
    Volví hacia atrás, que me hacía 
    Su mano signo siniestro; 
    Pero ¿era aviso o reproche? 
    No podía comprenderlo. 
    Brillaba en sus claros ojos 
    Tan dulce y amante fuego, 
    Que aceleró sus latidos 
    Mi corazón en el pecho. 
    Y mientras que me miraba 
    Con aquel aire severo, 
    Mas tan lleno de dulzura 
    Y amor, me encontré despierto. 



    LV 



    En noche fría y triste, paseaba 
    Por el bosque sombrío mi tristeza, 
    Y el árbol que a mi paso despertaba, 
    Compasivo inclinaba la cabeza. 



    LVI 



    Yacen bajo la tierra los suicidas, 
    Al final de la negra encrucijada, 
    Y allí crece una humilde florecilla. 
    La flor azul del alma condenada. 
    Era la noche silenciosa y muda; 
    Llegué a la encrucijada suspirando; 
    Ante el fulgor de la amarilla luna 
    Aquella flor azul miré oscilando. 



    LVII 



    Me envuelve la sombra oscura, 
    Desde que tus ojos bellos 
    No alumbran con sus destellos 
    Mi camino de amargura. 
    Del amor y la alegría 
    No veo el astro brillante; 
    Tengo el abismo delante; 
    Trágame, noche sombría. 



    LVIII 



    Plomo en mi boca, en mi pupila sombra, 
    La mente entorpecida, 
    Y el corazón cansado, 
    En el fondo de un féretro gemía. 
    Después de haber dormido mucho tiempo 
    Se despertó mi alma. 
    Me pareció que oía 
    Alguno que a mi tumba se acercaba. 
    -«¿No quieres levantarte, Enrique mío? 
    El día eterno brilla, 
    Los muertos ya se alzaron, 
    Comienza al cabo la perpetua dicha. 
    -No puedo levantarme, amada mía; 
    Mírame bien, soy ciego; 
    Tanto por tí he llorado, 
    Que al fin mis ojos se quedaron secos. 
    -Enrique, con mis besos, de tus ojos 
    Ahuyentaré la noche; 
    Es preciso que veas 
    Los ángeles y el cielo y los fulgores. 
    -No puedo levantarme, amada mía; 
    La herida que tu lengua 
    Abrió en mi pecho amante, 
    Aun mana sangre y permanece abierta. 

    -Sobre tu corazón tan sólo, Enrique, 
    Apoyaré mi mano 
    No manará más sangre; 
    De aquella herida quedarás curado. 
    -No puedo levantarme, amada mía: 
    Tengo herida la frente; 
    Una bala de plomo metí en ella 
    Cuando me enloquecieron tus desdenes. 
    -Enrique, con los bucles de mi pelo 
    Yo cerraré tu herida, 
    Restañaré tu sangre 
    Y volverá a tu pecho la alegría.» 
    No pude resistir; era tan dulce 
    La voz que me llamaba, 
    Que quise levantarme 
    Y correr al encuentro de mi amada. 
    Y se abrieron de pronto mis heridas, 
    Y la sangre mis sienes y mi pecho 
    Anegó en turbulentas oleadas, 
    Y desperté llorando de mi sueño. 



    Epílogo 



    Enterrar quiero mis cantos, 
    Quiero enterrar mis quimeras; 
    Féretro insondable quiero, 
    Fosa necesito inmensa. 
    Ha de guardar muchas cosas 
    El ataúd bajo tierra; 
    Quiero que tenga más fondo 
    Que el tonel de Heidelberga. 
    Buscadme féretro duro, 
    De planchas fuertes y espesas, 
    Aun más largo que el gran puente 
    Que hay sobre el Rhin en Magencia. 
    Y buscad doce gigantes 
    De más vigor y más fuerza 
    Que el enorme San Cristóbal 
    Que hay de Colonia en la iglesia. 
    Que lo arrojen al profundo 
    Seno de la mar inmensa; 
    Que tal ataúd, tal fosa 
    Es necesario que tenga. 
    ¿Sabéis ¡ay! por qué es preciso 
    Que enorme el féretro sea? 
    Porque en él enterrar quiero 
    Mis amores y mis penas.