Una lluvia pausada, alargada, serena,
envolvente, inquietante, sostenida, perfecta.
He dejado la música, ahogué todas las voces
para escuchar la suya que suena tenazmente
como un hilo de plata dentro de un viejo odre.
Y me digo, rendida, sin voz, pausadamente,
que la lluvia cayendo hace un ruido de gente
cayendo sobre el mundo a lo ancho de los siglos
acompasadamente.
Dentro de mí no hay ruidos.
Hay cántaros vacíos, campanarios en ruinas,
hogueras apagadas, hay agotadas minas
blancos ojos de estatua, grandes estrellas huecas,
relojes sin agujas y libros sin palabras
y violines sin cuerdas.
Y un silencio espantoso en que cae la música
armoniosa, cansada, perfecta, de la lluvia
con un ruido de perlas contra el fondo de un cofre,
con un ruido de alas, de dedos; con un ruido
monótono, angustioso, ancestral, monocorde.