¿Qué acento afuera del portal resuena? ¿Qué rumor de la fuente el aire agita? Dejad que el canto que el espacio llena en la real estancia se repita. A la voz de su rey, que así lo ordena, el paje a obedecer se precipita, y cuando vuelve, dice el soberano, haced entrar al trovador anciano.
¡Salud! hidalgos y gentiles hombres, ¡Salud! señoras de belleza rara, de tanta estrella, ¿quién sabrá los nombres? ¿Quién se atreve a mirarlas cara a cara? Humilde corazón no aquí te asombres ante esplendor y pompa tan preclara, y ciérrense mis ojos que para ellos no han de ser espectáculos tan bellos.
Cierra los ojos y del arpa brota bajo su mano, excelsa melodía que con el canto confundida flota en raudal de purísima armonía.
¡A través de la lluvia, de la nieve, A través de la tempestad voy! Entre las cuevas centelleantes, Sobre las brumosas olas voy, ¡Siempre adelante, siempre! La paz, el descanso, han volado.
¿Conoces tú la tierra que al azahar perfuma do en verde oscuro brillan naranjas de oro y miel, donde no empaña el cielo caliginosa bruma y entrelazados crecen el mirto y el laurel? ¿No la conoces? dime. Es allí, es allí donde anhelo ir contigo
Hinchada el agua, espumajea, mientras sentado el pescador que algún pez muerda el anzuelo plácido aguarda y bonachón. De pronto la onda se rasga, y de su seno-¡oh maravilla!- toda mojada, una mujer saca su grácil figurilla.
¿Qué acento afuera del portal resuena? ¿Qué rumor de la fuente el aire agita? Dejad que el canto que el espacio llena en la real estancia se repita. A la voz de su rey, que así lo ordena, el paje a obedecer se precipita,
¿Qué me reserva el devenir ahora y este hoy, en flor apenas entreabierta? Edén e infierno mi inquietud explora en la instabilidad del alma incierta. ¡No! Que al cancel de la eternal morada los brazos me transportan de mi amada.